El dilema de los biocarburantes

En los tiempos de crisis en las sociedades satisfechas crece con vigor la fe en los milagros tecnológicos. Y estos son tiempos de crisis: El cambio climático manifiesta con rigor sus efectos y dibuja, muy a corto plazo, un escenario catastrófico e irreversible. El precio del petróleo trepa hasta cotas altas y anticipa, no sólo el fin del petróleo barato en el que ya estamos inmersos, sino la disponibilidad decreciente del mismo. Quizá esto explique la sorprendente conversión a la fe nuclear de destacados dirigentes sindicales, que en algún caso contradice los acuerdos en vigor de su organización

 

Y desde luego explica las desmesuradas expectativas suscitadas por los biocarburantes, que no son en modo alguno la solución milagrosa a los problemas del transporte que algunos han indicado y muchos han querido ver. Estoy de acuerdo con quienes señalan que los biocarburantes serán una anécdota, e incluso un problema, asi continúan las desbocadas tasas de crecimiento del transporte motorizado consustanciales al capitalismo y exacerbadas por la globalización. Y del mismo modo estoy de acuerdo con quienes apuntan que en “un mundo lleno” es preciso estar vigilantes para ver las superficies de cultivo necesarias para producir los biocarburantes de primera generación y que sería una monstruosidad que se pusiera en riesgo la seguridad alimentaria de los países empobrecidos para dar energía a los automóviles de los países ricos.

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Y sin embargo creo que los biocarburantes pueden ser parte de la solución si se cumplen ciertos requisitos. La primera es que se controle el crecimiento del consumo de energía en el transporte, algo posible como prueba el hecho de que en 2006 nuestro país, pese a tener una crecimiento del PIB del 4%, redujo el consumo de productos petrolíferos. Estas bajadas sólo serán coyunturales en el plazo corto y medio, pero permitirán ganar un tiempo precioso en la lucha contra el cambio climático.

La segunda, que se opte por la producción de biocarburantes de proximidad, en los países de consumo o en los que estén próximos a ellos. Esto permitirá que el balance energético y de emisiones de gases de efecto invernadero resulte positivo, como señala la práctica totalidad del mundo científico. Por ejemplo, unas cifras de participación de biocarburantes del orden del 6%, como plantea la UE para 2020, podrían acarrear reducciones de emisiones de invernadero del orden del 4%. Que serán tanto mayores cuanto mayor sea la fracción que se genere a partir de aceites usados, un recurso poco explotado y que sin embargo en nuestro país es del orden de 1,3 millones de toneladas al año. Esta opción permitiría además reducir los impactos actuales de su vertido,
muchas veces incontrolado.

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Existirán además otras consecuencias ambivalentes. Por ejemplo, al día de hoy es inexacto afirmar que los biocarburantes son responsables de las subidas de productos como el pan, ya que el incremento de la demanda mundial de grano se debe sobre todo al surgimiento de una nueva clase media en China e India (¡de 400-500 millones de personas!) con nuevos hábitos alimentarios que incluyen mucha más proteína animal, obtenida de granos. A ello hay que añadir la actuación de los especuladores y de quienes mantienen una posición de dominio en la cadena del valor. Y ha habido simultáneamente una reducción en la oferta por sequías en países productores importantes. Pero del mismo modo es claro que, aunque no lleguen a ser el factor determinante, un mayor uso de los mismos tendrá una mayor incidencia en los precios. Por otro lado, esta misma subida tendrá aparejado un incremento de las rentas agrarias menguantes en los últimos tiempos. Y es posible que se dé también un incremento de la actividad agraria sobre todo en tierras hoy abandonadas. No necesariamente esta mayor actividad implicará mayor ocupación porque podría ser absorbida por un incremento de la productividad. No me parece tan claro que esto lleve aparejado un incremento en la demanda de agua, en un país como el nuestro que ya no puede permitírselo, porque podría producirse a partir de terrenos en secano, por sustitución de cultivoscon mayor consumo de agua (como el tabaco o el algodón ) o destinando a la producción de biocarburantes tierras de regadío abocadas al abandono por la PAC (como la remolacha o el maíz). También podría ocurrir que se diera un mayor intercambio de materias primas entre países con más capacidad de producción (como Francia) y otros de menor (como el nuestro).

El desarrollo de biocarburantes de primera generación incentivará el desarrollo de los de segunda, a partir de productos celulósicos, lo que en principio haría aumentar la gama de productos utilizables y reduciría la confrontación biocarburantes/alimentos. Con las cautelas que se deben tener ante los nuevos desarrollos tecnológicos, todo indica que estarán disponibles en un tiempo no muy lejano y que tendrán un mejor rendimiento energético. No sobra recordar que cuando la UE se plantea llegar a 2010 con el 10% de biocarburantes, lo condiciona a disponer para esa fecha de estos nuevos combustibles.

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Creo que lo que diferencia mi posición de otras, tan legítimas como la mía dentro del ecologismo en el difícil debate de los biocarburantes, es el peso que confiere a la inminencia e irreversibilidad del cambio climático y los problemas que espera que puedan tener otras alternativas al transporte. Como de forma brillante señala Cristina Rois en el número 54 de la revista Ecologista, no es exagerado afirmar que sólo disponemos de 10 años para combatir el cambio climático. Si en ese momento no hemos conseguido cambios profundos en el sistema energético, muy probablemente después no habrá soluciones regulares o malas. Sólo muy malas. Por eso casi todos los ahorros de emisiones son importantes y por eso hay que arriesgar.

Pero es que además no hay mucha gente que haya pensado el coste de otras alternativas al transporte. Hoy en día hay casi unanimidad a la hora de considerar que, si hay un futuro sostenible, además de menos transporte, será necesario que se haga con pilas de combustible alimentadas probablemente con hidrógeno obtenido de energía solar. Aunque se considere un consumo de energía la mitad que el actual para el transporte, aunque la solar fotovoltaica tiene un rendimiento casi 20 veces mayor que la fotosíntesis y que probablemente aumentará, cuando se piensa en el coste energético de comprimir el hidrógeno hasta licuarlo y en la previsible eficiencia de las pilas y en la dificultad de obtener los materiales necesarios para todo el proceso, se ve que también lleva aparejados significativos problemas ambientales. Uno bien visible sería la necesidad de ocupar ingentes cantidades de terreno para la captación de la energía y el transporte
del hidrógeno.

Y es que sobre el ecologismo maduro pesan dos terribles maldiciones. La primera la enunciada por Georgecu- Roegen: La materia es una forma de tecnología. Y ya hemos usado la materia- tecnología de más fácil uso. Podrá haber otras que resuelvan algunos de los problemas actuales, pero traerán otros nuevos. La segunda es más prosaica: los ecologistas viviríamos mucho más felices si se cumplieran menos nuestras temidas profecías.

Ladislao Martínez López
Experto en Energía de Ecologistas en Acción
 

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