Marginación ambiental

A las pocas semanas de comenzar en Radio Nacional de España (RNE) el programa «Zona Verde» (1989), entrevisté a Angel Cárcoba, estudioso de los temas de salud laboral en CCOO. Nunca he olvidado una frase suya que ha guiado algunas de mis líneas de investigación como escritor y periodista: «Desde el punto de vista ambiental –dijo más o menos- el trabajador es doblemente explotado, en la fábrica porque suele trabajar en condiciones insalubres, y en su vida cotidiana porque vive normalmente en las zonas y barrios más degradados».

Rastreando en la prensa del siglo XIX y principios del XX para un nuevo libro, encuentro dos buenos ejemplos al respecto. Un reportaje sobre «Almadén y su mina» en la revista «Blanco y Negro» (1904), firmado por Virgilio Colchero, y otro en «El Museo Universal» (1867) sobre «Las casas para las clases obreras», firmado por «M».

Escribe Colchero: «Quien camina por aquel pueblo subterráneo, hállase rodeado de peligros: diríase que la tierra defiende su tesoro; frecuentes desprendimientos de rocas aplastan a los obreros, las piedras que saltan al estallar los barrenos los hieren, y los pozos que horadan a trechos el suelo parecen aguardar, con las fauces abiertas, a que un incauto se precipite por su horrible esófago... Nada, sin embargo, infunde tanto pavor como el silencio, el silencio medroso y solemne que reina en aquel antro... Hay allí un enemigo que a todos hiere y a nadie perdona, el aire; en tiempos de fundición, la atmósfera que envuelve la Villa se masca, sabe a metal; en la mina, ese sabor es inaguantable; prodúcenlo los gases mercuriales, que intoxican la sangre, engendran la anemia, infiltránse, y no es frase retórica, en la misma médula de los huesos, destruyen la dentadura, llagan y ulceran la boca...».

Recordemos de nuevo que esto fue escrito (¿denunciado?) en 1904. La crónica o reportaje de «El Museo Universal» lamenta que en la Exposición Universal de París apenas se prestara atención al diseño de nuevos modelos de casas para obreros, salvo una experiencia promovida por un grupo de trabajadores franceses gracias a los 20.000 francos que les concedió Napoleón. En la de Londres de 1851, sin embargo, el príncipe Alberto de Inglaterra había patrocinado un modelo muy imitado en toda Europa. Así comienza la crónica:

«Es una verdad evidente en el día que una gran parte de las enfermedades que en ciertos puntos afligen a la clase trabajadora se debe a las malas condiciones de las casas que habita y a veces también al número demasiado grande de individuos que se reúnen en un local tan pequeño. Considerando la vasta extensión del mal, que está probado que puede corregirse construyendo casas que reúnan las condiciones higiénicas necesarias, debemos confesar con dolor que la Exposición de París no presenta más que pruebas de un interés accidental, por decirlo así, por tan importante objeto, y que las casas-modelos levantadas dentro del recinto de la misma, si se exceptúa una sola de ellas, no manifiestan ninguna mejora notable...».

Hace el autor «M» otras consideraciones de no escasa gracia sobre la conveniencia o no de construir barrios exclusivamente obreros porque «las mujeres prefieren tener vecinos de clase más elevada, en vez de que todos sean de clase igual o inferior, y ver los trajes que usan las señoras y los niños que viven en otra esfera de la sociedad». Tal cual.

Ciertamente, las condiciones de trabajo han mejorado mucho desde entonces en los aspectos descritos, pero hay otros nuevos evidenciados en la tendencia creciente de accidentes y muertes por causa laboral en los últimos años. Más ha mejorado aún la higiene de las viviendas y barrios obreros, con mayor o menor mestizaje de clases sociales, diríamos parodiando a «M», aunque la mayoría de inmigrantes, por ejemplo, viven en condiciones propias del siglo XIX. Es conveniente leer los periódicos del día e incluso los de hace un siglo.

Joaquín Fernández
Periodista ambiental

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