Sin ciudadanos inteligentes no hay "smart city"

Carlos Martí. Director revista Ciudad Sostenible

Cuando expertos, analistas e investigadores comenzaron a popularizar el concepto de ciudad inteligente (smart city) nació un debate soterrado entre los que se convirtieron en abanderados de la nueva causa y quienes miraban con recelo el nacimiento de una nueva etiqueta para definir el rumbo de las ciudades. Una etiqueta más que, por cierto, venía a engrosar la ya de por sí larga lista de adjetivos que se colocan tras la palabra ciudad en los últimos tiempos: sostenible, en transición, habitable, innovadora, verde, saludable, educadora, tolerante… No obstante, y si hubiera que elegir, parece que la idea de ciudad sostenible es la más abarcadora, la que más matices recoge, la más global.

En todo caso, acompañar a la ciudad de un concepto delimitante no deja de ser una cuestión metonímica (la ciudad no es ni deja de ser inteligente o sostenible) o, si se prefiere, de contenidos y continentes, de confusión entre causas y efectos. Lo que sí parece evidente es que la creciente urbanización del planeta requiere de ciudades que consuman menos energía y materia, ciudades conectadas que sepan sobrevivir en la sociedad de la información.

Y lo cierto es que la idea de smart city no es tan nueva como parece. Hace ya unos tres años, la ciudad de Málaga comenzó a implementar un proyecto smart city (www.smartcitymalaga.es), que por aquel entonces era una especie de marca comercial que promovía (y sigue promoviendo) en diferentes ciudades de todo el mundo la compañía IBM (http://smartercitieschallenge.org), quien se asocia en cada país con otras empresas proveedoras de tecnología para mejorar la eficiencia energética y la movilidad en entornos urbanos. En sus orígenes, el proyecto malagueño apenas se conocía más allá de ciertos círculos especializados, pues no vivió al calor de la popularidad que la idea de smart city tiene en nuestros días. Se le veía más como un proyecto técnico, experimental y con sus objetivos muy definidos. Actualmente, el Ayuntamiento de Málaga cuenta con varios socios en su smart city liderados por Endesa y tiene como objetivos reducir el 20% en consumo energético y en 6.000 toneladas al año las emisiones de C02. Sus grupos de trabajo desarrollan, entre otros, el proyecto DENISE (Distribución Energética Inteligente, Segura y Eficiente), estudios de minigeneración y almacenamiento de energía, e implantación del vehículo eléctrico (proyecto ZEM2ALL)

La experiencia pionera en España de Málaga nada tiene que ver con el uso que hoy decenas de ciudades hacen de la idea smart aplicada a espacios urbanos. A ello, a la expansión de la etiqueta, han contribuido varios factores, pero especialmente dos: una crisis económica que ha dejado exiguas las arcas de las administraciones municipales, lo que limita la expansión física, y los importantes avances en la transferencia de la información, especialmente en el campo de la aplicación práctica. Si la ciudad ha incorporado históricamente los avances tecnológicos, lo que diferencia ahora la idea de smart city es que los avances se han producido en las nuevas tecnologías en el contexto de la sociedad de la información. La tarea ahora es ampliar la capacidad de gestionar la información para, con ello, poder mejorar los procesos de eficiencia y ahorro en los ámbitos urbanos y utilizar así de manera más óptima los recursos. La ciudad 2.0, la ciudad conectada o la ciudad virtual aparecen entonces como nuevos mapas donde intervenir.

Vicente Guallart, arquitecto jefe del Ayuntamiento de Barcelona, expresa con claridad en su último libro La ciudad autosuficiente cómo la información y la gestión de ésta es clave para convertir a las ciudades en espacios autosuficientes en cuanto al uso de recursos y energía. Guallart rescata las seis redes tradicionales de organización de los flujos urbanos (abastecimiento de agua y tratamiento del agua sucia, transporte de mercancías y de personas, residuos y energía) y le añade una séptima: la información, el flujo con el que se pueden optimizar el resto de flujos, el mantra que todo lo cubre.

Para Guallart, “el reto de las ciudades en el siglo XXI es que vuelvan a ser productivas. Para ello han de modificar su estructura física y funcional para producir de forma local la mayor parte de los recursos que necesitan, al tiempo que están hiper-conectadas con el mundo”.

Sobre las premisas y las demandas de analistas como Vicente Guallart y otros, parece que la transformación de las ciudades en espacios inteligentes no sólo afectaría a la funcionalidad de los flujos de materia y energía (algo en lo que se centran la mayoría de proyectos smart city que existen actualmente en nuestro país), sino que ha de contemplar también un profundo replanteamiento de esa estructura física a la que hace referencia Guallart. Es, como algunos definen, hacer más inteligente el software del metabolismo urbano, pero a la vez que se reconsidera su hardware, la ciudad física. Que para lo primero tenemos herramientas suficientes basadas en las nuevas tecnologías está quedando claro a la vista de decenas de proyectos que muchas ciudades españolas están desarrollando, por ejemplo, en control semafórico para la gestión de la movilidad, optimización del consumo del agua, instalación de sistemas de eficiencia energética y reducción del consumo en edificios, “mapeos” urbanos sobre tendencias en consumo o actividades de ocio, uso de los smart phone para conectar mejor ciudadanos y administración pública a través de información de ida y vuelta, utilización de sensores para la mejora de la recogida de residuos urbanos, instalación de redes de fibra óptica para monitorizar a distancia y de manera más efectiva instalaciones públicas, colocación de reguladores individuales de luz en cada farola con tecnología led, uso de redes inalámbricas para la transmisión de datos, etc.

A todo ello, una larga lista que sería interminable, habría que sumarle acciones relacionadas con la funcionalidad de la escala. Así, en la escala vivienda se plantea la interacción de todos los elementos eléctricos y electrónicos de una casa donde los equipos “hablan” entre sí (el “Internet de las cosas”), mientras que en la escala edificio la tendencia es concebirlo como un espacio autosuficiente energéticamente con elementos pasivos de mejora de la eficiencia energética. La escala manzana estaría determinada por sistemas compartidos de producción e intercambio de energía entre los diferentes edificios que la componen y, finalmente, la escala distrito aplicaría sistemas inteligentes de gestión a través de smart grids en el consumo energético y el transporte, donde el vehículo eléctrico (cuyas baterías también servirían de acumuladores de energía) es una pieza elemental.

Pero en toda esta ecuación aparentemente posible y eficaz, existe una variable imposible de controlar desde un panel de control: las personas. Todo ello, deviene en una debate abierto que sitúa la “inteligencia” en los ciudadanos, y no en la ciudad. Precisamente, este elemento, los ciudadanos, sumado a otros propios del urbanismo ecológico como la densidad, la compacidad (ligado a la parte física de la que antes hablábamos) o la complejidad, desnudan en cierto modo la idea de smart city, haciendo que ésta se ciña a lo que es: las nuevas tecnologías aplicadas a los sistemas urbanos que, por sí solo, no hacen una ciudad ni más sostenible, ni más eficiente. Hace falta algo más.

¿Qué define a una ciudad como “smart”? Liderado por la ciudad de Barcelona y varias compañías de tecnología, ha aparecido recientemente el City Protocol, un conjunto de referencias para que cualquier ciudad sepa qué pasos debe dar para aplicar medidas entendidas bajo la idea de smart city. Tras un primer seminario en Barcelona y un segundo en San Francisco, el proyecto City Protocol será uno de los temas principales en el Smart City Expo, que se celebrará del 13 al 15 de noviembre en la Ciudad Condal.

Sin duda, hay ciudades que están avanzando en la evolución del concepto de smart City. Y Barcelona es una de ellas. Bajo la idea global de “barrios productivos a la velocidad humana dentro de una ciudad autosuficiente energéticamente hiper-conectada y de cero emisiones”, Barcelona tiene un plan en marcha para integrar las nuevas tecnologías, relacionar las diferentes áreas de gestión urbana y generar sinergias. Para ello, desarrolla ocho proyectos clave como la red de edificios autosuficientes, el sistema smart de aparcamientos, la nueva red ortogonal de transporte público (ya están en marcha las primeras líneas) y un nuevo modelo de negocio y tecnológico para la iluminación pública. Además, la capital catalana impulsa otros proyectos, más allá del ya conocido 22@,  como las supermanzanas diseñadas desde la Agencia de Ecología Urbana (ya existen en el barrio de Gracia), el “BZ Barcelona Innovación” (nueva área regenerada en la zona franca portuaria),  el “Blau@Ictinia” (un nuevo barrio productivo de usos mixtos), el “¡City” (creación de un nuevo espacio digital público) y el “Smart City Campus” (cluster para universidades, emprendedores y centros de investigación que tiene como colaboradores a empresas como Abertis, Cisco o Agbar).

También es interesante el proyecto que desde hace un tiempo están desarrollando conjuntamente las ciudades de Valladolid y Palencia (www.smartcity-vyp.com). Como no podía de ser de otro modo, el modelo de estas dos ciudades castellanas se centra especialmente en la automoción, dada la implantación en el territorio de la marca de coches Renault que, además,  fabrica aquí vehículos eléctricos. Con socios como Acciona, Telefónica, Iberdrola o el mencionado Renault, Valladolid y Palencia están desarrollando varios proyectos: “Gestor de movilidad” (monitorización de plazas de aparcamiento de discapacitados y puntos de recarga de vehículos eléctricos) y R2CITIES (diseño de un distrito eficiente energética y económicamente con edificios cero emisiones), entre otros.

Aunque los proyectos mencionados de Málaga, Valladolid, Palencia y Barcelona, al que quizás habría que añadir Santander, son los más avanzados y conocidos, otras muchas ciudades están en procesos similares aplicando las nuevas tecnologías a la mejora de la gestión urbana y a la reducción de los consumos. Así, hace unos meses nació la Red Española de Ciudades Inteligentes. Agrupa a mas de 22 ciudades y tiene como principal objetivo intercambiar información de buenas prácticas y soluciones tecnológicas.

Incluso la UE está dispuesta a apoyar a las ciudades inteligentes. La Comisión Europea ha hecho pública una ayuda de 365 millones de euros en 2013 para impulsar las redes de transporte sostenible, las nuevas tecnologías y la eficiencia energética bajo el paraguas de la iniciativa “Ciudades y comunidades inteligentes”, que ya tuvo una inversión de 81 millones en 2012, aunque sólo para transporte y energía.

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