Biotecnologías. Para bien o para mal.

Las «nuevas biotecnologías» permiten crear organismos artificiales que posiblemente la naturaleza nunca hubiera logrado producirPara cierta manera periodística y propagandística de aproximarse a la realidad, las fechas señaladas tienen gran importancia. Así, los aniversarios, las conmemoraciones de diversas efemérides, los cincuentenarios y centenarios van pautando nuestra actualidad. Al mirar hacia el futuro, esto se concreta muchas veces en grandilocuentes declaraciones sobre los acontecimientos y fuerzas que —se pronostica— configurarán nuestra vida venidera. Así, se profetiza que el siglo XXI será “el siglo de las telecomunicaciones”, “el siglo de los EE.UU.”, “el siglo del medio ambiente”, o “el siglo de la conquista del espacio”...

Entre estas denominaciones proféticoperiodísticas encontramos también la del siglo XXI como “siglo de la biología”. Pues bien: quizá ésta sea de las menos engañosas entre sus análogas. En los últimos decenios, el rapidísimo desarrollo de la bioquímica, la genética y la biología molecular han propiciado un espectacular incremento de nuestro saber sobre la vida y los seres vivos, y nos han proporcionado nuevas y poderosísimas técnicas de intervención sobre ellos. Junto a biotecnologías “tradicionales” como las fermentaciones mediante levaduras, las técnicas tradicionales de mejora genética mediante cruce y selección, o el aprovechamiento de biocombustibles, hoy contamos con una impresionante panoplia de nuevas biotecnologías: clonación molecular de seres vivos, fusión celular, cultivos de células y tejidos in vitro, y sobre todo técnicas de ADN recombinante o ingeniería genética (que permiten “recortar y pegar” genes de unos organismos vivos en otros, surgiendo así nuevos organismos artificiales que posiblemente la naturaleza nunca hubiese logrado producir). Estas nuevas técnicas permiten manipular la materia viva y los seres vivos en su constitución molecular más íntima, lo cual constituye una situación históricamente nueva, preñada de trascendentales consecuencias.

No resulta fácil encontrar una posición equilibrada para enjuiciar asunto de tan grande importancia. Pues si las perspectivas económicas abiertas son vastas, y seductoras las promesas de mejoras en bienestar humano y también (para un puñado de empresas transnacionales) de beneficios crematísticos, igualmente son de tremenda magnitud los riesgos intrínsecos a estos nuevos desarrollos tecnocientíficos (riesgos para el medio ambiente, la salud pública y la misma constitución de la sociedad y del ser humano), así como los problemas éticos y políticos que plantean.

Estos riesgos son, entre otros, riesgos para la estabilidad de los ecosistemas. Las mismas características que hacen tan atractivos a los seres vivos como soporte de actividades productivas —la capacidad de la vida para autorreproducirse y multiplicarse, dadas ciertas condiciones ambientales— son una potencial fuente de graves peligros. Mientras que —por ejemplo— los contaminantes químicos que nos causan tantos problemas pueden ser persistentes y bioacumulativos, al menos no se multiplican a sí mismos; por el contrario, en la esencia misma de la vida está esa capacidad de multiplicación, la expansión incontrolable para ocupar nuevos nichos ecológicos, así como la mutación y recombinación del material genético de manera por completo imprevisible. Así, virus recombinantes podrían evolucionar hacia formas más letales, o recombinar con virus presentes de forma natural en el medio generando formas letales; plantas o microorganismos modificados genéticamente para que expresen sustancias tóxicas —como pesticidas o medicamentos— pueden envenenar a otros organismos además de aquellos a los que se pretende combatir; microorganismos manipulados genéticamente utilizados para fabricar aceites industriales o productos químicos, o con metabolismos inusuales o acelerados, podrían contaminar las aguas subterráneas o dañar suelos, plantas o animales.

Avizoramos también riesgos para la salud humana y animal. El contacto con organismos modificados genéticamente, o productos elaborados a partir de éstos, puede enfrentar a nuestros organismos con proteínas para las que el proceso de evolución biológica no los había preparado, con problemas de toxicidad, alergias o nuevas enfermedades, tanto en contextos laborales (procesos de fermentación industrial, o de elaboración de nuevos medicamentos con técnicas de ADN recombinante...) como en contextos de consumo (alimentos modificados por tecnologías genéticas...).

A este respecto, lo menos que se puede decir en relación con el malhadado asunto de las “vacas locas” es que la actuación de las instituciones europeas —especialmente la Comisión— no ha dado precisamente ejemplo de adecuada ponderación de los intereses económicos de unos pocos frente a los intereses de salud, seguridad y bienestar de todos los ciudadanos y ciudadanas. Impresiona, por el contrario, el desprecio por la vida y la salud de las personas (y por el bienestar de las reses) que han manifestado las autoridades implicadas en este caso durante años, preocupadas en apariencia sólo por la protección de los mercados de la carne. Aunque en este asunto no intervinieron las técnicas de manipulación genética, sí que debería servir como un aviso importante frente a un tipo de “gestión de riesgos” lamentable y catastrófico, pues estos riesgos se acrecentarán con la introducción de las nuevas biotecnologías en un sector agropecuario sometido a intensas presiones productivistas.

No cabe despreciar los graves y numerosos riesgos para las perspectivas de equidad, justicia y liberación humana. Con la penetración de las técnicas de ingeniería genética se aceleran los procesos de mercantilización y oligopolización de la agricultura, en beneficio de las empresas del agribusiness de los países del Norte y en detrimento de la agricultura de subsistencia en los países del Sur. Los nuevos productos y materiales producidos por la biotecnología pueden sustituir a importaciones provenientes de países pobres del Sur, desestabilizando aún más sus economías. La modificación del Derecho de patentes para convertir en patentables materia biológica y organismos vivos privatizaría la vida, de nuevo en detrimento de los pueblos del Sur. Por otro lado, en un mundo tan lacerantemente desigual y dividido como el nuestro, es verosímil que actividades de alto riesgo como muchas de las relacionadas con la ingeniería genética se desplacen a países del Sur donde la legislación es laxa y la vida humana barata (como ya sucede en muchos casos con la “exportación” de procesos industriales contaminantes o de residuos tóxicos del Norte al Sur). Con la progresiva “transparencia” del genoma humano se abren inéditas posibilidades de abuso y discriminación (sondeos génicos a la hora de encontrar empleo o de contratar un seguro). El desarrollo de armas biológicas, emprendido ya en varias ocasiones desde los años treinta de nuestro siglo, amenaza con situarse en un nuevo y peligrosísimo nivel con las nuevas técnicas de ADN recombinante, que han tentado ya a varios Estados Mayores...

Hay que mencionar por último los riesgos para la integridad de la propia naturaleza humana. La tentación de la eugenesia nos acompaña desde los mismos comienzos de la genética moderna hace un siglo, y dio muestras sobradas de su atroz potencial político tanto en los EE.UU. de los años veinte y treinta como —sobre todo— en la Alemania nazi. La ilusión de mejorar la especie humana, no ya impidiendo la reproducción de personas con deficiencias o enfermedades hereditarias (eugenesia negativa) o propiciando los cruces entre ejemplares portadores de las características que se quieren promocionar (eugenesia positiva), sino recreando al ser humano, alterando su naturaleza biológica, es por fin hacedera con las herramientas de la ingeniería genética.

Con lo dicho hasta aquí habrá quedado claro que las nuevas biotecnologías nos sitúan frente a opciones de enorme trascendencia. Por una parte, parece claro que una sociedad ecológicamente sustentable será en buena medida una sociedad biotecnológica, ya que deberá apoyarse sobre recursos biológicos en mucha mayor medida que las insostenibles sociedades industriales actuales. Por otro lado, errar en cuanto al tipo de biotecnologías que queremos desarrollar, o las formas y ritmos de este desarrollo, hace entrever terribles perspectivas de degradación ecológica, tiranía social o deformación de la naturaleza humana. Las nuevas tecnologías genéticas son tecnologías socialmente definidoras, en el sentido de que pueden dar forma nueva a algunas relaciones sociales básicas: la relación de la sociedad con la naturaleza, de la ciencia con la tecnología, de los trabajadores con su trabajo en numerosos sectores productivos... La opción por una tecnología socialmente definidora implica elegir una forma posible de vida frente a otras, optar por un tipo determinado de sociedad frente a otras. Nada más y nada menos.

Habría que huir tanto del tecnofanatismo como del tecnocatastrofismo, tanto de la acrítica idolatría de la ciencia y la tecnología moderna como de su indiscriminado rechazo irracional. No parece adecuado pregonar un rechazo por principio de la in geniería genética, sino más bien practicar una crítica diferenciada según los diferentes campos de aplicación, y poner en primer plano las exigencias de un control social mucho más severo que el actual, de acuerdo con la naturaleza de los riesgos presentes.

Si la aplicación de las nuevas técnicas de manipulación génica a la agricultura y la ganadería provoca un gran rechazo social y no parece justificada (en la inmensa mayoría de los casos) por la relación entre riesgos y posibles beneficios, en cambio muchas aplicaciones biomédicas son valiosas y prometedoras, desde las nuevas vacunas hasta la síntesis de hormonas y otros productos farmacéuticos clonados, desde las pruebas de diagnóstico prenatal de enfermedades hereditarias hasta las nuevas terapias para el cáncer y diversas enfermedades degenerativas... Pero no cabe engañarse sobre un punto crucial: en sociedades divididas y desiguales, la posible materialización de las promesas de las biotecnologías se halla severamente mediatizada por la desigualdad y la división social. A finales del siglo XX, el desarrollo de la tecnociencia se convierte, cada vez más, en terreno donde se libran intensos conflictos sociales.

Desde la Secretaría Confederal de Medio Ambiente y Salud Laboral de CC.OO., conscientes de las numerosas e importantes implicaciones que las nuevas biotecnologías tienen ya para el mundo del trabajo y para la sociedad en general, y las nuevas implicaciones que aparecerán en los años por venir, hemos considerado oportuno abrir un debate al respecto dentro del sindicato. Para contribuir a fijar criterios sindicales sobre estos asuntos, sometimos dos documentos sobre biotecnologías a la consideración de la Ejecutiva Confederal de CC.OO. en su reunión del 21 de enero de 1997, documentos que ahora estamos difundiendo por las estructuras del sindicato para su discusión y reelaboración, en un proceso que debería concluir antes del verano.

Más información:

Jorge Riechmann
Fundación 1º de Mayo
Zurbano 29, 28010 Madrid.
Tel. (91) 3080063. Fax (91) 3197645

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