Seguridad alimentaria. Otro modelo agrícola y ganadero

«No será posible reorientar nuestras sociedades hacia el desarrollo sostenible sin cambios muy profundos en el sector agropecuario y agroalimentario».

En la jerga administrativa que define las ayudas de la Política Agraria Comunitaria (PAC), una de las partidas llama poderosamente la atención: se trata del “apoyo a los métodos de producción agraria compatibles con el medio ambiente”. Los recursos que se destinan a estas medidas “agroambientales” son muy escasos: poco más de 8.000 millones de pesetas anuales en el período 1996-99, esto es, aproximadamente el 1% de las ayudas para el campo español que anualmente recibimos de la UE. Reléase lo anterior, porque nos da una radiografía desgraciadamente exacta de la situación en que nos encontramos: si el 1% del apoyo se destina a producción agropecuaria “compatible con el medio ambiente”, habrá que concluir que el 99% de lo que estamos haciendo en agricultura y ganadería es incompatible con la conservación de agrosistemas y ecosistemas aceptablemente sanos. Es una enormidad, por supuesto, pero no es demagogia: un análisis agroecológico detallado confirmaría esa impresión.

Pensemos por ejemplo en ese valiosísimo recurso que es el suelo fértil, sin el cual no podemos concebir la agricultura ni la ganadería. Son necesarios muchos siglos para producir un centímetro de suelo (suele estimarse que la pérdida de tres milímetros de suelo destruye la labor de un milenio). Este desacoplamiento entre tiempos geológicos y tiempos históricos conduce a que en la práctica tengamos que considerar el suelo fértil como un recurso no renovable. Pues bien, en nuestro país, mediciones efectuadas en embalses de las cuencas del Segura y del Guadalquivir indican que en estas zonas de alta erosión se están perdiendo entre 0’8 y 1’5 mm. de suelo en promedio cada año. Si se tiene en cuenta que se necesita aproximadamente un milenio para producir 3 mm., eso indica que en estas zonas cada año puede estarse destruyendo el suelo creado en 500 años. Tal situación es absolutamente insostenible.

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No será posible reorientar nuestras sociedades hacia el desarrollo sostenible sin cambios muy profundos en el sector agropecuario y agroalimentario, es decir sin un cambio de modelo. La agroecología –que sabe cómo crear agroecosistemas equilibrados, que produzcan lo suficiente sin dañar las fuentes de la fertilidad de la tierra— debe proporcionar la orientación teórica para este cambio. Hay que dejar atrás el modelo productivista del último siglo, con sus no pocas luces y con sus muchas sombras: el objetivo no debe ser maximizar los rendimientos, sino optimizarlos de manera sostenible. Es decir, conseguir rendimientos óptimos compatibles con la estabilidad de los agroecosistemas, con la calidad del entorno, con la seguridad alimentaria de toda la población humana y con la justicia social.

Los daños causados por la agricultura química convencional son hoy “externalidades”, costes ocultos que se descargan sobre el resto de la sociedad, las generaciones futuras y los demás seres vivos con quienes compartimos la biosfera. No se puede comparar la agricultura industrial convencional con las agriculturas alternativas sin hacer una estimación de estos costes ocultos. Los resultados –como los obtenidos por los sindicatos daneses que se resumen en la tabla adjunta—evidencian la irracionalidad profunda del modelo actual: los costes del modelo actual sobrepasan en mucho a los beneficios.

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DESINTENSIFICAR

La palabra clave, para regiones del planeta como la UE, es desintensificar. En concreto, hemos de pensar en medidas como las siguientes:

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  • Hay que reducir la inaceptable pérdida actual de suelo fértil, con medidas eficaces de lucha contra los incendios forestales y la erosión. El Convenio de NN.UU. sobre Desertificación obliga a elaborar un Plan Nacional contra la Desertificación: ha de concluirse y ser aplicado con la máxima prioridad.

  • Nos parece irresponsable seguir empleando la agroquímica (antibióticos y hormonas en ganadería, plaguicidas y fertilizantes en agricultura) como en el último medio siglo. El control de plagas no es un problema químico sino ecológico. Hace falta una “nueva cultura” de protección de las cosechas. Cultivar prácticamente sin agrotóxicos, recurriendo a la amplia panoplia de herramientas de control que proporciona la agroecología, es necesario y es posible. Pedimos una Estrategia Nacional de Control Integrado de Plagas, con objetivos escalonados para eliminar el 95% de los plaguicidas agrícolas en 10 años.

  • Hemos de reducir el consumo de fertilizantes químicos y recuperar en lo posible la fertilización natural, cerrando los ciclos de nutrientes. Sería posible reducir un 30% en promedio el consumo de abonos químicos, en 5 años; y compostar 120 millones de Tm de residuos orgánicos para fertilizar y mejorar los suelos, en 10 años. Una herramienta para avanzar por ese camino es gravar con ecotasas los fertilizantes químicos nitrogenados y fosforados.

  • Urge un cambio de rumbo en la política hidrológica, desde una política de oferta hacia una de gestión de la demanda. Propugnamos una estrategia de ahorro, eficiencia y reutilización de las aguas; la “ecologización” del Plan Hidrológico Nacional y del Plan Nacional de Regadíos; un programa de actuaciones que reduzcan en 5 años las pérdidas en la red de distribución en un 80%; la protección de los acuíferos, acompasando la extracción con la recarga; y severos límites a la construcción de nuevos embalses y trasvases. No está justificado, en particular, el trasvase del Ebro en que se obstina el PP.

  • La producción integrada –que a fin de cuentas sólo significa dejar de cometer las tropelías contra el medio ambiente y la salud pública que se han generalizado en agricultura industrial convencional— no debe ser una opción minoritaria para agricultores y ganaderos ejemplares; ha de transformarse en el estándar mínimo exigible por ley a todos. Por otra parte, es menester desarrollar la producción agropecuaria ecológica hasta llegar al 10% de la superficie cultivada (aproximadamente dos millones de hectáreas) en 10 años.

  • No podemos seguir desperdiciando tanta comida en criar animales como hacemos hoy. Dedicar a alimentación humana entre el 10 y el 15% del grano que se destina al ganado bastaría para llevar las raciones al nivel calórico adecuado, erradicando el hambre en todo el mundo. Las vacas europeas se alimentan con el pescado del Perú y la soja de Brasil, mientras en aquellos países latinoamericanos pescadores y campesinos padecen hambre y desnutrición, y nosotros no sabemos qué hacer con los excedentes lácteos: es un desatino. La mejor manera de aumentar la eficiencia de la producción agroalimentaria, a nivel mundial, sería reducir el excesivo consumo de carne en los países del Norte. Urge poner en práctica fuertes políticas públicas de gestión de la demanda, para ajustar el consumo de carne a los recursos disponibles, y renunciar progresivamente a la ganadería intensiva.

  • No puede emprenderse este cambio de rumbo sin una mejora cuantitativa y cualitativa de la participación social. Pedimos la creación de un Consejo Asesor en Seguridad Alimentaria con carácter consultivo, en el cual estén representados tanto las Administraciones vinculadas como las organizaciones sindicales, agrarias, de consumidores, ecologistas, etc., representativas de la sociedad, la industria agroalimentaria y la universidad o centros públicos de investigación. A dicho Consejo estaría vinculada la Comisión Nacional de Bioseguridad, del cual también formaría parte.

Desarrollos tecnológicos como los que hoy posibilitan –en ciertas condiciones—la agricultura sin suelo, la “agricultura de precisión” y las plantas transgénicas, hacen creer a algunos en la viabilidad de un desarrollo agropecuario esencialmente independizado de las constricciones ambientales. Es una terrible ilusión. Esas constricciones, vistas desde otro ángulo, no son sino los recursos naturales (su disponibilidad, en cantidad y calidad) gracias a los cuales podemos ser agricultores y ganaderos: la tierra fértil, el agua limpia, la riquísima biodiversidad. Sin cuidar la tierra —conservando y mejorando aquella base de recursos naturales— y sin cuidar la Tierra —preservando la biosfera como una casa habitable para nosotros, las generaciones futuras de seres humanos y los incontables millones de seres vivos con quienes la compartimos—, no hay futuro para la humanidad.

Más información:

Jorge Riechmann
ISTAS-CC.OO.
Modesto Lafuente, 3, 3ºD
28010 Madrid
Tel: 91 5913616
Fax: 91 5913015
e-mail: jriechmann@istas.ccoo.es

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