Recuperar el territorio ordenado en el medio rural

Recuerdo, con una sonrisa, un ejercicio realizado en Andalucía hace años con tecnología israelita, en el cual se ordenaba el territorio rural, el agrario y el forestal, aplicando valores numéricos y fórmulas matemáticas. Qué simple, qué ingenuo y qué peligroso me parece ahora, visto desde la experiencia y el conocimiento adquirido.

La actividad humana debe reconocer la dinámica natural del territorio y reinsertarse en ella. No se necesita identificar más espacios naturales protegidos y segregados, sino integrar los procesos productivos agrarios en los ciclos naturales

La ordenación del territorio aporta a la política de desarrollo rural una visión compleja, multifuncional; propone una comprensión del todo frente a la visión simplista que enfatiza el valor productivo mecanizado del espacio agrario; un horizonte de largo plazo frente a la lectura predominante, que prioriza los aprovechamientos que mejor encajen en la situación de los mercados.

Esta dimensión territorial es muy expresiva de la nueva forma de afrontar el desarrollo rural. Representa un enfoque que se aleja del planteamiento convencional, el cual centra sus esfuerzos en trasladar al espacio rural y a su organización social la dinámica de producción predominante en el mundo urbano.

Casi todos los planes de ordenación del territorio que se han aprobado hasta la fecha en España responden a la necesidad de resolver la compatibilidad de usos en zonas urbanas (litoral y aglomeraciones urbanas) densas y congestionadas o bien a la imperiosa obligación de resolver situaciones límite, como las de las islas. El medio rural, como objeto principal de la acción planificadora territorial, tiene una escasa presencia en esta incipiente política pública.

De hecho, se aprecia una mayor debilidad en las técnicas de análisis y de intervención en los pocos planes realizados sobre territorios eminentemente rurales. Es por ello que se propugna en este artículo que se dedique una mayor atención y desarrollo a las iniciativas de ordenación del territorio en espacios rurales. En todo caso, hay que tener cuidado para no trasladar de forma mimética las técnicas probadas en ámbitos urbanos o metropolitanos, porque el medio rural requiere un tratamiento distinto y específico. Las técnicas del planeamiento urbanístico, por ejemplo, no son válidas para ordenar los procesos edificatorios en el medio rural.

El arrollador éxito histórico de la sociedad urbano-industrial, primero en occidente y luego en todo el planeta, cuenta entre sus principales daños colaterales el desequilibrio ambiental, las injusticias sociales y la demolición del mundo rural. El proceso español se incorporó tardíamente a esta gran trasformación y lo hizo exacerbando los impactos sobre los aspectos que son más sensibles al ritmo del proceso transformador. En concreto, todos los cambios operados en el territorio, especialmente los que afectan al delicado equilibrio del mundo rural, sus sociedades y sus modos de vida y de producción fueron causantes de graves daños con secuelas de despoblamiento, desmoronamiento del capital social y desarticulación productiva.

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Varias décadas después del inicio de este gran proceso de transformación en España los niveles de renta y bienestar de la exigua población rural restante han mejorado significativamente. Han mejorado las infraestructuras y las dotaciones de servicios públicos para atender a una población cada vez más reducida. Por otra parte, el nivel de organización política y social actual es muy superior al que tenía nuestro país a principios de los setenta. En este contexto hoy se reclama desde diversos ámbitos y foros sociales la adopción de medidas para optimizar el territorio para trasladar al medio rural los beneficios de la planificación, el control de procesos y optimización en el aprovechamiento de los recursos y los distintos potenciales, en un entorno de valor regido por los mercados de bienes y servicios.

La ordenación del territorio surge como consecuencia de la necesidad de la sociedad urbana-industrial de ordenar conflictos y expresar prioridades articuladas y simplificadas mediante regulaciones y mecanismos manejados por autoridades públicas y sociales. Una buena parte del éxito de la sociedad urbano- industrial está relacionada con su capacidad de simplificar y mecanizar los procesos biofísicos. También la producción de alimentos se simplifica, la combinación de tecnología y energía consigue que espacios muy distintos repro duzcan el mismo proceso, aportando para ello nutrientes, fitosanitarios y procesos mecanizados. Al multiplicar estos procesos el territorio se complica por acumulación de mecanismos y usos, pero no se generan situaciones complejas. Con la modernización del espacio agrario se reducen las incertidumbres, se controlan los factores productivos y se minimizan las interacciones entre los componentes que retroalimentan el sistema. El resultado es una mayor producción, con una aportación mucho más grande de energía y tecnología, pero también con una desconexión de los usos y actividades del territorio, de sus factores locales y de sus singularidades. No se equivocaban los israelitas, ordenar este territorio agrario-industrial es un juego de geometrías y polinomios.

Sabemos que la prevalencia hegemónica de la lógica urbano-industrial ha multiplicado la población, la longevidad, la producción y la cantidad de productos disponibles, pero a cambio genera fortísimos desequilibrios en el planeta y en las sociedades. La preocupación por reorientar nuestra civilización hacia modelos sostenibles impulsa un mayor interés por recuperar las bases metabólicas de todos los procesos vivos; también de la ciudad y, por supuesto, del medio rural. La aplicación masiva y generalizada de energía a procesos de ciclo abierto que consumen gran cantidad de minerales que no se renuevan, revalorizan los principios de la retroalimentación, de los equilibrios dinámicos. Es en el medio rural donde surge y cobran todo su sentido estos principios.

En los modelos urbanos no hay reposición, no hay retroalimentación, y la capacidad de adaptación es muy reducida, sin embargo éstos son justamente los principios de todas las fórmulas de funcionamiento de las sociedades de base rural. El medio rural es por ello, en estos momentos críticos, depositario de claves que son cruciales para el nuevo modelo de desarrollo social y productivo, el nuevo modelo que debe hacer frente a los desequilibrios causados por el cambio global.

La pregunta que nos hacemos es cómo podrán contribuir los planes de ordenación del territorio a la redefinición de la organización espacial de usos y actividades del medio rural. Está claro que ahora el reto es salir del paradigma de ciclo de producción abierto (característico de la producción urbano-industrial) y recuperar la dimensión territorial de la sociedad humana.

El capital natural se convierte así en un activo territorial y no en una restricción a la capacidad productiva, como pasaba antes en la ordenación territorial productivista. El campo no está necesitado de grandes inversiones en infraestructuras, en reforzamiento de su capital construido. Es mucho más importante construir pequeñas piezas que desencadenen procesos autosuficientes y retroalimentados con lógica metabólica. La actividad humana debe reconocer la dinámica natural del territorio y reinsertarse en ella. No se necesita identificar más espacios naturales protegidos y segregados, sino integrar los procesos productivos agrarios en los ciclos naturales. El reconocimiento, protección y valorización de los suelos con mayor aptitud agronómica cobra una redoblada importancia en la ordenación de usos.

El capital humano está muy dañado. La emigración intensa y continuada ha dejado el espacio rural despoblado y desprovisto de conocimiento. En estos momentos un fenómeno destaca sobre el resto en el panorama de las dinámicas territoriales en este ámbito: el campo permanece como espacio de empleo, pero agoniza como espacio para vivir. Las familias se trasladan a la ciudad más cercana y las personas con empleos localizados en el medio rural se desplazan cada mañana al territorio desde su residencia urbana. Se ha invertido un antiguo fenómeno de la sociedad tradicional. Antes la ciudad acogía más empleos que personas ocupadas. Ahora es al revés, pero no es una buena noticia para el campo. La urgencia de la intervención pública y de la ordenación del territorio es rescatar el conocimiento acumulado durante siglos sobre cómo manejar el medio.

Pero si hay un activo territorial que ha salido mal parado de la modernización del país, es el capital social, la capacidad de las comunidades rurales para organizarse y dar respuesta a sus necesidades y anhelos. Los planes de ordenación del territorio deben reforzar esta capacidad articulando la escala local municipal con la escala comarcal. La mayor parte de las cuestiones que afectan a la organización productiva o del bienestar de la población rural tienen escala comarcal. Los planes son el marco idóneo para definir la dimensión espacial de las estrategias de desarrollo rural en un proceso participativo, que refuerce las estructuras de los grupos de acción local, articulándolas con las estructuras administrativas representativas.

El impulso a la intervención social en la escala comarcal, en la que ya intervienen los grupos de desarrollo rural, no solo refuerza el capital social rural, sino que se revela como condición imprescindible para hacer viable muchas de las producciones basadas en factores locales, tales como el turismo rural-naturaleza o la agricultura tradicional. Para hacer viables y remunerativas estas actividades es preciso alcanzar masa crítica y organizar la producción y el consumo en sistemas con capacidad de asegurar calidades, abastecimiento de los canales y relación proactiva con los consumidores.

A modo de conclusión, podemos afirmar que a la ordenación del territorio le corresponde, en este contexto, la obligación de activar los recursos territoriales del medio rural bajo principios de equilibrio dinámico y de procesos lo más autosuficientes y retroalimentados que sea posible. Dicho de otra forma, la activación territorial propugnada, las transformaciones que se programen los procesos inversores que se desencadenen deben garantizar que no se genere renta y empleo a costa de perder capital territorial.

Juan Requejo Liberal
Geógrafo y economista. Director de la consultora CLAVE S.L.

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COMENTARIOS

  • 13/04/2011 21:07, sonmarsal
    He lido el articulo y me parece interesante,tenemos un proyecto para recuperar un pueblo y seria muy interesante tener mas información .Cedemos fincas y casa para estar alli.Atentamente :SONMARSAL

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