Guerra por petróleo

En los últimos 140 años, el consumo de petróleo en el mundo ha sido de 875.000 millones de barriles. Las reservas recuperables son unos 2.2 billones de barriles. El ritmo de consumo es de 24.000 millones de barriles al año. Y cada año crece aún más. El desarrollo económico de países como China incrementará el consumo de manera espectacular. Esto significa que estamos muy cerca de tocar techo, es decir, de agotar la mitad de las reservas recuperables. Cuando se llegue a este punto, empezarán los problemas, que serán verdaderamente dramáticos si por entonces no se han desarrollado suficientemente las fuentes energéticas alternativas.

Algunas de las potencias petroleras ya han tocado techo y sus efectos empiezan a notarse en la escena internacional. En el caso de los Estados Unidos que, con el 5% de la población mundial produce el 11% de petróleo, pero consume el 26%, y posee tan sólo el 2% de las reservas globales. Es esta la principal razón de su empeño por controlar a los países productores del Golfo Pérsico, que tienen el 60% de las reservas mundiales y, más concretamente, Irak, que tiene la gran mayoría de las reservas intactas. Que Sadam Hussein sea un dictador, que lo es, a la Administración Bush le importa muy poco, como tampoco le importa el sufrimiento de la población irakí, a la que está dispuesto a bombardear, asesinando a decenas y decenas de miles de personas con tal de apoderarse de los recursos petrolíferos de su subsuelo.

La guerra es el acto humano más destructivo y de mayores impactos negativos morales, sociales y ambientales. Oponerse a las guerras en general y a esta particular es parte de la agenda prioritaria de cualquier actividad social. Pero no basta con eso. Habrá que pensar y actuar más allá.

En estos meses estamos sufriendo las consecuencias de nuestra dependencia del petróleo: la catástrofe del Prestige, cuyas 77.000 toneladas de fuel-oil en el mar no son más que una parte del medio millón de toneladas de productos petrolíferos que anualmente se vierten en los mares y océanos del mundo.

Pero no basta con denunciar las consecuencias políticas económicas, sociales y ambientales de un modelo energético tan dependiente del petróleo. Habrá que buscar cómo progresivamente vamos abandonando ese modelo y sustituyéndolo por otro más sostenible ambientalmente, más accesible para todos los países del mundo y, por tanto, más pacífico. Lograrlo será nuestra mayor contribución a una paz venidera y estable.

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