El desarrollo como mito occidental

Gilbert Rist, El desarrollo: historia de una creencia occidental. Los Libros de la Catarata (en coedición con el Instituto Universitario de Desarrollo y Cooperación de la UCM), Madrid 2002. Traducción de Adolfo Fernández Marugán. 313 páginas. 

Este es un libro provocativo, polémico y brillante, que ningún ciudadano o ciudadana interesado en los problemas de la cooperación para el desarrollo o los debates sobre el desarrollo sostenible –y todavía menos los activistas del ecologismo o la solidaridad Norte- Sur—debería dejar de leer. Gilbert Rist es un autor especializado en la cuestión del desarrollo desde hace decenios, desde la docencia y la práctica de la cooperación; la contraportada del libro nos informa de que “en la actualidad trabaja en una antropología de la modernidad en la que la sociedad occidental aparece tan tradicional y exótica, tan cargada de mitos, como cualquier otra sociedad”.

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En El desarrollo, libro radical pero nada dogmático, que intenta con éxito “sacar a la luz lo que el discurso ha intentado ocultar y tomar posición ante sus consecuencias” (p. 15), Rist trabaja con la siguiente definición de desarrollo (y la razona en las p. 24 a 29): conjunto de prácticas a veces aparentemente contradictorias que, para asegurar la reproducción social, obligan a transformar y a destruir, de forma generalizada, el medio natural y las relaciones sociales, con el objetivo de una producción creciente de mercancías (bienes y servicios) destinadas, a través del intercambio, a la demanda solvente.

El autor sugiere considerar la noción de desarrollo como una creencia occidental de tipo religioso, e intima al lector o lectora a atreverse a pensar que el remedio que llevamos medio siglo aplicando, en lugar de curar, agrava el mal que se pretende combatir. Hay mucho que situar en el haber de este libro, original, riguroso y absolutamente recomendable. En el debe, sólo –a mi juicio— una perspectiva teórica exageradamente constructivista (“en cuanto a la objetividad, es sabido que no es más que un afán inútil en tanto nos neguemos a reconocer que el objeto es siempre una construcción de quien lo observa”, declara el autor en la p. 14; de todas formas, este extremismo teórico no tiene demasiada ocasión de dañar una obra cuyo fuerte son los aspectos históricos y analíticos) y algunos despistes en la traducción (“desarrollo duradero” en lugar de “desarrollo sostenible”, “se comercializa” en lugar de “se mercantiliza” y alguna cosilla más).

Jorge Riechmann

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