Cambio global y nuevos paradigmas urbanos (1)

Ante un cambio global que afecta a múltiples aspectos de la vida social, también es imprescindible afrontar la reformulación de las estrategias urbanas actuales. Necesitamos alumbrar nuevos paradigmas y principios desde los que proyectar planes ciudad 2020 con objetivos y plazos concretos para conseguir cambiar el rumbo de nuestras urbes en la próxima década.

¿Afrontamos un cambio global?
¿Crisis inmobiliaria, multi-crisis o, además, cambio global? ¿Se trata, básicamente, de la inevitable corrección de un ciclo de desordenada desregulación, voraz expansión inmobiliaria y excesos financieros con fuertes rasgos especulativos? ¿No estaremos asistiendo a una lectura excesivamente “economicista” del proceso, olvidando con sorprendente facilidad las advertencias del mundo científico y los organismos internacionales sobre las consecuencias globales del desbordamiento que nuestros patrones de desarrollo ejercen sobre ciertos recursos básicos, como el petróleo y los alimentos, y ciclos vitales de la biosfera, como el clima, el agua y la biodiversidad?
El diagnóstico es muy importante porque la duración, complejidad, tratamiento y salida de la crisis será distinta en función de cómo se identifique ésta. Por eso, conviene recordar que, más allá del nada fácil reajuste financiero y económico, subyacen cuestiones fundamentales como el desbordamiento de la huella ecológica mundial, el final de la energía abundante y barata, la mitigación/adaptación al cambio climático, y la necesidad de afrontar con urgencia el creciente deterioro de los principales ciclos y ecosistemas de la biosfera, tal y como informa el Millenium Assessment (2005. ONU).
Además, no podemos olvidar que en los próximos 50 años veremos crecer la población mundial en un 50% más (3.000 millones de nuevos seres humanos) y que, con los patrones actuales de producción y consumo, ello puede suponer multiplicar por cuatro o por cinco la presión global (y urbanizadora) sobre los recursos y sistemas naturales de un planeta que evoluciona pero no crece. Todo apunta a que los tiempos para cambiar se acortan hasta convertirse en una variable fundamental del problema; y todo indica que en una década, el año 2020 se ha convertido en una fecha icónica, antes de la cual deberíamos cambiar el rumbo con relación a nuestra incidencia sobre el planeta.
Las ciudades ante el cambio global
Pero si el cambio global tiene ese carácter sistémico: ¿no tendrá esa misma consideración su proyección sobre el urbanismo planetario? ¿No constituirán las ciudades piezas clave del reto global? Sin duda que sí y así lo expresó Maurice Strong en la clausura de la Cumbre de Río de 1992, cuando afirmó que la batalla de la sostenibilidad global se decidiría en las ciudades.
Una serie de factores avalan la importancia de las ciudades: concentran la mayoría de la población; son los centros de producción, distribución y consumo para la especie humana en el planeta; son muy ineficientes, operando como ecosistemas abiertos con costes inviables de energía, suelo, recursos y residuos; pero, a la vez, son focos centrales de información, innovación y difusión de valores y constituyen un recurso fundamental para generar “inteligencia” y movilización social en torno a los retos planteados por el cambio global.
Hacia un nuevo paradigma urbano
Si afrontamos un reto que es global, ¿no deberíamos levantar la mirada y redefinir nuevos paradigmas, objetivos y planes de acción en nuestras ciudades? ¿No habría que tratar de superar las miradas parceladas y descontextualizadas sobre las prácticas urbanas para empezar a hablar de los objetivos y tiempos necesarios para afrontar tales desafíos?
Y para ello, ¿no sería útil trabajar en el diseño de un estatuto global de sostenibilidad urbana, innovador y ambicioso, que pudiera servir de referencia para dar un auténtico salto adelante, con objetivos potentes y precisos a corto y medio plazo (2020 - 2030).
Nuevo paradigma y principios para cambiar nuestras ciudades en una década
La clave del nuevo ciclo urbano se cifra en que la resolución de las necesidades sociales se realice de forma compatible con la reducción del impacto ecológico, lo que requiere contener el crecimiento indiscriminado, reciclar, revalorizar la ciudad existente y multiplicar la ecoeficiencia urbana. En definitiva, un paradigma en las antípodas de nuestras prácticas vigentes, que conlleva, también, una innovación profunda de los principios de la acción urbana.
✔ Principio de suficiencia (¿cuánto es necesario? ¿cuánto es suficiente? ¿cuánto es posible?). La expansión urbanística y el correspondiente impacto ecológico han de considerarse como un recurso crítico, a justificar expresamente desde necesidades sociales reales, a contrastar con los límites ambientales de cada lugar y, en su caso, a neutralizar ambientalmente con acciones compensatorias.
✔ Principio de coherencia (“biomímesis” = actuar imitando los ciclos naturales). Impulsar pautas urbanas que minimicen las alteraciones de los ciclos funcionales naturales: energías renovables, cierre de ciclos materiales-residuos, proliferación del reciclado/reutilización de los recursos básicos y las soluciones pasivas, etc.
✔ Principio de ecoeficiencia (generar menos recursos/impactos por unidad de producto). Multiplicar la productividad ambiental (reducción del impacto ecológico por unidad espacial) en los ciclos de vida de los procesos urbanos, utilizando criterios coherentes con la sostenibilidad urbana, la edificación bioclimática, la rehabilitación integral, la selección de las tecnologías más eco-eficientes, etc.
✔ Principio de equidad (soluciones globales). Promocionar soluciones útiles y sostenibles para todos los estamentos sociales, incluido el diseño de barrios y programas de viviendas de precio asequible y en alquiler, dirigidas a los sectores ciudadanos con menos recursos económicos o condiciones específicas.
✔ Principio de visión integrada y precaución (visión anticipada y seguimiento de los impactos urbanos a medio plazo). Reducir la externalización hacia otros espacios/tiempos, de forma que los planes y programas aprobados incorporen evaluaciones/compromisos a medio plazo (2020, 2030...) sobre impactos urbanos estratégicos, como la huella ecológica, la energía, el agua, las emisiones de gases de efecto invernadero, las alteraciones de sistemas naturales, etc.
✔ Principio de una nueva “gobernanza para el cambio” (liderazgo institucional compartido). Regeneración institucional para abordar el cambio global, lo que exige una profunda renovación de contenidos, estilos y de corresponsabilidad social en las cuestiones urbanas.
✔ Principio de garantía pública en cuestiones de sostenibilidad estratégica (garantía pública y legal de coherencia con los principios anteriores). Existe una estrecha vinculación entre el marco jurídico/ institucional y los paradigmas que determinan cada época histórica; y cuando hay cambio de paradigma, y el cambio global tiene esa dimensión, el cuadro de derechos y deberes y de competencias y garantías relacionadas con el territorio y la ciudad habrá de readaptarse a los nuevos tiempos.
Un plan ciudad 2020 con objetivos y plazos para cambiar
La cuestión de los objetivos y tiempos necesarios”, constituye hoy la apuesta más innovadora y comprometida. Se trata de centrar la atención en una serie de temas clave con relación al cambio global en las ciudades (huella ecológica, energía/clima, agua ciclo matearles-residuos, etc.) y de establecer objetivos y plazos necesarios en cada uno de ellos. Lógicamente, tienen especial importancia aquellos temas/objetivos que, como los relacionados con el clima y Kioto, ya cuentan con compromisos o consensos generales, pero sin postergar otros que necesitan ser puestos en circulación sin demora, por ejemplo los relacionados con el uso del suelo, los sistemas locales de agua, la biodiversidad, etc.
Sin entrar a establecer una referencia concreta a la innovación de los instrumentos operativos, lo cierto es que necesitamos fortalecer la participación y corresponsabilidad social, innovar los instrumentos de acción, desarrollando auténticos planes integrales de ciudad con objetivos/compromisos al 2020 y 2030 y poner en pié auténticos programas de cambio en temas claves (contención del crecimiento, energía, movilidad, edificación, actividades económicas), incluida la cuestión de una fiscalidad urbana coherente con los principios reseñados.
El campo jurídico/institucional también requiere de la máxima consideración, ya que habrá que evaluar cuál es el marco legal que necesitamos para hacer viables los nuevos paradigmas, principios, objetivos y tiempos apuntados. En algunos casos, sólo será preciso actualizar la interpretación de prioridades de la legislación vigente, pero en otros muchos, serán necesarias innovaciones precisas para dar fuerza jurídica a las nuevas lógicas de actuación.
Y sabemos cómo que hay que empezar a cambiar
Lo cierto es que, a pesar de los inmensos estragos causados por la “década especulativa”, han subsistido espacios de sensatez en los que la reflexión y las prácticas urbanas sostenibles se han mantenido. Así, la acción de un puñado de responsables políticos y técnicos, los trabajos del Observatorio de la Sostenibilidad de España, la elaboración de la Estrategia Española del Medio Ambiente Urbano, la acción de algunas redes regionales y los programas de la propia Federación Española de Municipios y Provincias (FEMP) y su Red Española de Ciudades por el Clima, constituyen recursos de conocimiento y experiencia muy valiosos para reconstruir el futuro.
Una vez que ya no es creíble el discurso del “todo va bien” o “en un par de años, todo igual”, es importante enfrentar la tentación de impotencia o miedo ante los retos del cambio global. Frente a la dimensión de los retos y la tensión de los plazos, hay que afirmar que disponemos de recursos suficientes para afrontarlos y plantear sin rubor la necesidad de cambiar de rumbo de nuestras ciudades en diez años.
A la hora de concretar los factores que podrían impulsar ese cambio, propondría los siguientes: 1) necesidad de liderazgo institucional preñado de decisión y ambición ante el cambio; 2) Pacto por las ciudades, capaz de movilizar voluntades y recursos en torno a los nuevos objetivos; 3) un grupo de ciudades dispuestas a actuar como locomotoras del cambio urbano; y 4) un impulso al compromiso de la sociedad civil en la apuesta por un renacimiento urbano sostenible.
En el fondo, se trata de un desafío de lucidez, valentía y ambición, capaz de trabajar en nuestras ciudades por un futuro distinto y mejor.
Fernando Prats Palazuelo
Arquitecto urbanista

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