Globalizar los derechos laborales

La Fundación Paz y Solidaridad lanza la Campaña.

En un anuncio de electrodomésticos una niñita rubia se congratulaba de poder disfrutar de su lavadora silenciosa en todo el mundo. En el mismo mundo en el que la mitad de la población no ha descolgado en su vida un teléfono. Sin duda el sueño de la globalización es extraño, ajeno a la mayoría de la gente para la que la globalización dista mucho de significar el disfrute de la misma lavadora silenciosa en Maputo y en Nueva York. Pero sobre todo es un sueño imposible: la universalización de la línea blanca de electrodomésticos, el mundo no la resistiría. Lo sabemos hace mucho tiempo: la capacidad de los ecosistemas de amortiguar y absorber los impactos ambientales es limitada.

Cuando nos planteamos la Campaña Globalizar los derechos laborales comenzamos caracterizando la globalización como extensión planetaria del modelo económico neoliberal. Una forma nueva de capitalismo hegemónico que pretende legitimar el uso tanto de la naturaleza como de las personas, sometidas a la ley natural de la oferta y la demanda. El mercado manda con la misma naturalidad con la que la globalización se nos ha presentado como inevitable culminación del progreso.

El problema es que las personas, incluso en las islas de prosperidad, se sienten amenazadas. Según señala la propia NN.UU. en la Cumbre del Milenio “Para muchas personas la mundialización ha llegado a suponer una mayor vulnerabilidad ante fuerzas extrañas e imprevisibles que pueden provocar la inestabilidad económica y trastornos sociales, a veces con la velocidad de un rayo. La crisis financiera asiática de 1997-1998, la quinta crisis monetaria y financiera internacional grave en sólo dos decenios, fue una de esas fuerzas. Cada vez inquieta más la posibilidad de que corran peligro la integridad de las culturas y la soberanía de los Estados. Hasta en los países más poderosos la gente se pregunta quién manda verdaderamente, no confía en la seguridad de su empleo y teme que su voz quede ahogada por la fuerza de la mundialización”.

En la Campaña Globalizar los derechos laborales reconocimos la inseguridad laboral fundada en el acoso al que el capital somete al trabajo. Con la excusa de la competencia, del equilibrio presupuestario, de las necesidades de producción e incluso de la creación de empleo se justifica la precarización y la degradación de las condiciones laborales. Hasta tal extremo se ha llegado que hace dos años la OIT en su Informe sobre el empleo en el mundo, señaló: “Jamás ha sido tan alta la cifra de trabajadores/as desempleados/as y subempleados/as en el mundo: 1000 millones de personas, lo que representa a un tercio de la población económicamente activa”.

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Los techos de la globalización los han tenido que reconocer hasta sus artífices. Empresas multinacionales e instituciones financieras y comerciales multiplican en sus declaraciones la intención de respetar los llamados estándares medioambientales y laborales. Sin embargo, estos estándares, en lo laboral, recogen derechos humanos fundamentales por lo que no debemos olvidar que lo que se muestra como una concesión, es un derecho que trabajadores y trabajadoras debemos reivindicar, negociar y vigilar.

Sin procurar demonizar ni al FMI, ni a la OMC, ni a las empresas multinacionales, en la Campaña Globalizar los derechos laborales, lo que sí pretendemos es evidenciar su poder, denunciar la insostenibilidad ambiental y la inequidad social del crecimiento económico que mundializan.

Lo fundamental es evidenciar que la sociedad civil organizada y, desde luego, el sindicalismo internacional puede y debe democratizar la globalización. Nuestro trabajo de cooperación en los países del Sur nos demuestra que el sector más dinámico de la economía centroaméricana lo es a costa de externalizar todos los costos de producción sobre naturaleza y personas.

Dada la ofensiva, no permitamos que a los sindicatos se nos tache de obstruir el crecimiento y el futuro con nuestras demandas proteccionistas y restrictivas. Reivindiquemos, sin complejos, la globalización de los derechos laborales. El sindicalismo mundial, no es una rémora del pasado, sino un instrumento imprescindible para nuestro futuro.

Por eso debemos apoyar las reivindicaciones que como la cláusula social (propugnada por la CIOSL) privilegian frente a la libertad comercial, el respeto a la libertad sindical y el derecho de negociación colectiva, la erradicación del trabajo infantil y el forzoso y la no discriminación en el empleo.

A quiénes acusen esta medida de proteccionista, les invitamos a que la misma libertad de movimiento que disfrutan capitales y bienes, se otorgue a las personas. Por si -y aunque esto cuestione nuestro modelo de crecimiento- a todas las niñas del mundo les da por querer también una lavadora silenciosa, o es que ¿no éramos todas las personas iguales ante el mercado?

Eva Fernández
Fundación Paz y Solidaridad

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