Barry Commoner, el legendario científico y activista medioambiental, estuvo en El Escorial

“Las obligaciones sociales de los científicos no sólo se refieren a la investigación y la enseñanza, también han de ayudar a los ciudadanos a entender las cuestiones científicas que tienen impacto sobre la sociedad.”

Para alguien vinculado a la ecología y la acción social, conocer personalmente a Barry Commoner sería el equivalente de un encuentro con Pelé para el aficionado al fútbol. Así que no necesito subrayar la emoción que sentí cuando apareció, en el vestíbulo del hotel Victoria Palace de San Lorenzo del Escorial, el octogenario biólogo estadounidense a quien ISTAS (Instituto Sindical de Trabajo, Ambiente y Salud) y CIMA (Científicos por el Medio Ambiente) habían invitado al curso de verano de la Universidad Complutense de Madrid “Ciencia, tecnología y sustentabilidad”.

Commoner nació en 1917 y ya en los treinta –cuando era estudiante en la Universidad de Columbia— compartía las luchas de la izquierda estadounidense. Desde entonces, no ha cejado en su compromiso con la transformación de la sociedad. Su larga y fecunda trayectoria científica abarca desde iniciales investigaciones militares sobre el uso del DDT–que le hicieron consciente de algunos de los peligros de los plaguicidas organoclorados-, pasando por la lucha contra las pruebas y las armas nucleares en los años cincuenta (“a mí fue la Comisión de Energía Atómica del gobierno estadounidense la que me metió en los asuntos ecológicos”, comenta), a la formulación de grandes síntesis ecosocialistas como Cerrar el círculo y En paz con el planeta (de 1971 y 1990 respectivamente), y finalmente le lleva a retomar la reflexión crítica sobre los fundamentos teóricos de la ingeniería genética en el Critical Genetics Project (desde 2000 hasta hoy).

CIENCIA Y COMPROMISO

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Nunca he separado ciencia de política, ya desde mis tiempos de estudiante en la Columbia University, y siempre he tomado iniciativas para intentar hacer conscientes a los científicos de sus responsabilidades en una sociedad democrática”, asegura Barry. “Las obligaciones sociales de los científicos no sólo se refieren a la investigación y la enseñanza, sino que también han de ayudar a los ciudadanos a entender las cuestiones científicas que tienen impacto sobre la sociedad –impactos que vienen siendo cada vez mayores en los últimos decenios.

Preguntado por el fortalecimiento de las posiciones pronucleares, que intentan aprovechar el problema del cambio climático a causa del efecto invernadero para volver a construir centrales eléctricas de fisión, Barry afirma: “Es verdad que ahora la industria nuclear, que no levantaba cabeza desde finales de los años setenta, intenta aprovechar la ocasión. Pero los riesgos de la energía nuclear siguen ahí, los problemas sin resolver están ahí. La solución estriba en el desarrollo rápido de las energías renovables, perfectamente capaces de asegurar el abastecimiento energético”.

Uno de los rituales en la jornada de Barry es la copa de vodka antes de cenar, normalmente compartida con su esposa, una jurista con quien vive en Brooklyn (en Queens, otro barrio de Nueva York, se halla desde 1981 la sede del Centro para la Biología de los Sistemas Naturales, que Barry fundó en 1966, y al que continúa yendo a trabajar cada día). “Just in case”, por si acaso, trajo consigo una pequeña provisión de este alcohol que me remitió a sus orígenes (es hijo de inmigrantes rusos), pero no necesitamos recurrir a ella: el camarero del hotel nos trajo dos vasos de Smirnoff con hielo. Brindamos, y mentalmente rogué que este anciano delgado y vivaz permanezca aún entre nosotros muchos años, y que pronto pueda ver el volumen de escritos suyos inéditos en español que hemos pensado preparar juntos .

Jorge Riechmann

Lectura recomendada:
Barry Commoner,
En paz con el planeta
(Ed. Crítica, Barcelona 1992; edición orig. de 1990).

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