Cambiar las gafas para mirar el mundo

Yayo Herrero, Fernando Cembranos y Marta Pascual (coord.). Libros en acción. Madrid. 2010.
Autora: Belén Gopegui

Texto leído el miércoles 8 de junio en la presentación del libro

"Sólo si una cosa posee contradicción puede moverse y tiene impulso", decía Hegel aunque yo lo vi por primera vez en la novela Epitafio para un espía, de Eric Ambler. Movida por el impulso de la contradicción estoy presentando este libro. En cuanto lo leí envié un mensaje a sus autores y autoras, decía: es un libro magnífico y además debería formar parte de lo que quiera que sea la educación reglada. Sé, por tanto, por qué estoy aquí, mi opinión desde ese momento hasta ahora no ha cambiado. ¿Dónde entonces, está la contradicción? En este libro singular.

Porque parece un libro normal, un manual bueno sobre cuáles son los planteamientos erróneos en las distintas facetas de la vida y cómo podrían corregirse. Parece eso, sí, pero resulta que hoy el campo semántico de lo bueno conduce a buenista y bambi y a mimosín. ¿Qué hacemos entonces? ¿Conformarnos con decir que es un libro perspicaz y necesario, útil, acertado? ¿Servirá de algo decirlo en una sociedad que de algún modo ya sabe o intuye que está equivocada y a la que, sin embargo, parece que no le importa? ¿O decimos tal vez que es un manual malvado, lo cual preocupará a algún número de gentes y les hará sentirse interpeladas? Sólo en la contradicción encuentro una respuesta. Pues por un lado creo fundamental intervenir en el lucha por las palabras y negarse a renunciar al bien, a la idea de lo bien hecho, y luchar para evitar que lo bueno se identifique con lo blando, lo bienintencionado y sin embargo inútil. Pero por otro lado, siendo contradictorios pienso que Cambiar las gafas me ha interesado tanto precisamente porque "corrompe las costumbres o el orden y estado habitual de las cosas", lo cual es, sin cambiar una coma, la definición de lo perverso. Uso corromper en el sentido de alterar y trastrocar la forma de algo, y también incluso en el de echar a perder: ojalá este libro logre, sí, echar a perder algunos de nuestros hábitos. De esos hábitos, de por qué hemos de dejarlos atrás, han hablado los demás ponentes, de manera que yo voy a centrarme en los impulsos contradictorios.

imagen1

Estamos ante un libro que critica el exceso y de entre todos los excesos hay uno que me afecta particularmente por mi actividad como escritora, el exceso de palabras. Así como los sumideros no pueden ya degradar los contaminantes dada la cantidad y velocidad con que los generamos, así también tengo a veces la sensación de que no hay sumidero capaz de absorber, ni siquiera de filtrar, tanta palabra producida sin pausa. Pero al mismo tiempo agradezco y quiero que Cambiar las gafas para mirar el mundo genere palabras, como las que de esta tarde y, sobre todo, como las que brotarán de las discusiones que este libro merece despertar. Resulta imprescindible que las genere para que sus ideas adquieran visibilidad y pueda ser puestas en prácticas.

Es también un libro sobre la lentitud. Sobre el vivir más despacio. Lo lees y cada vez que lo dejas te dan ganas de levantarte a cámara lenta, y sueñas con que podrías dilatar los momentos. Pero a la vez el libro te dice que no te duermas, que no esperes, que la destrucción y el caos son irreversibles a no ser que te pongas en marcha. Entonces sientes la urgencia. Te subes a un coche y te parece notar tramo a tramo que cuando los cientos de kilos del vehículo se desplazan tú estás acabando con moluscos, esponjas, algas, peces dormidos durante siglos, haciéndolos desaparecer. ¿Como ser lento y rápido al mismo tiempo, lenta y rápida? Un libro que te enseña a ser dos cosas a la vez es, sin duda, un libro raro y más que necesario en este tiempo donde la calma es a menudo el ojo del huracán.

El libro sigue y es casi imposible terminarlo sin asumir que es cierta su tesis principal, necesitamos pisar ligeramente sobre la tierra, para dejar la huella ecológica más leve, para no machacar esta bola de hierro, agua y minerales sobre la que caminamos. Pisar ligeramente y sin embargo, y al mismo tiempo, clavar los pies o el alma en la que no creemos, clavar algo para que no se mueva, para que el tren no descarrile y el planeta no se estrelle contra nosotros mismos. Pisar ligeramente, hablar en voz baja, sugerir y respetar, pero también poner límites de una vez: ¿cómo se ponen esos límites con ligereza? ¿no debería alguien quizá tomar determinaciones no ligeras sino contundentes, de hoy para ahora y ya y se acabó, se cierra el humo y el veneno de una vez? ¿Habrá una contundencia suave, gentil? Si la hay, si puede haberla, será porque en cientos de miles de lugares se hayan debatido los puntos de los cuadros que figuran al final de cada capítulo del libro.

El libro comienza con las señales de insosteniblidad y termina con la educación. Entra, a mi modo de ver, en sus aciertos constantes el haber situado la educación en el final. Puede parecer lo contrario, como si aprender estuviera siempre en el comienzo, ya sea en la infancia, la adolescencia o los primeros puntos de un índice. Quizá cuando pisemos ligeramente sobre la tierra, sea así. Ahora, en cambio, resulta que para aprender es necesario saber, y esto también forma parte de lo que nos cuenta este libro. No basta con tener la información si no sabemos qué parte de esa información nos está matando, qué parte es tóxica. No basta con conocer los libros, ni a los autores, ni las afirmaciones si no sabemos para qué las queremos. No hay un conocimiento separado de las cosas, como no hay vida separada de la tierra. Se conoce para algo, se educa para algo, se lee este libro porque lo que tenemos delante nos preocupa. Por eso debo regresar a la propuesta de incluir el libro en los centros de estudio. Porque el cerebro mira lo que comprende, y a veces cuando no comprende, no ve. Es preciso que quienes ya saben y comprenden las razones de la preocupación, entreguen su saber, su capacidad de percibir, a quienes comienzan a mirar, y este libro es un camino para hacerlo.

Si la realidad nos pareciera bien, no querríamos "cambiar las gafas", y entro en la última y la más divertida de las contradicciones de este libro: así que no hay que cambiar de coche pero sí de gafas..., mucha montura, mucho consumismo metido bajo la piel, porque de lo que se trata seguramente, aunque sea menos moderno, es de limpiar las gafas, limpiarlas bien porque se han ido llenando de errores y prejuicios y de una capa gruesa de pensamiento dominante. Creo adivinar que los autores y autoras han elegido la idea de cambiar de gafas para no incurrir en el dogmatismo, para sugerir que la visión que ellos y ellas proponen es una pero que puede haber otras que también sean buenas. Pero lo cierto es que, quien lee el libro termina pensado, a través del razón y el sentimiento, que lo que nos muestra es lo que existe en realidad, lo que por culpa de un conjunto de visiones erróneas dominantes sólo intuíamos borrosamente. Este libro limpia nuestras gafas y acaso nuestra mirada, lo hace muy bien, y al fin el mismo se convierte, nítido, en lo que un día fue la definición etimológica de necesidad, lo que no se aleja, lo que permanece a nuestro lado. Muchas gracias a la inteligencia colectiva de la comisión de educación de Ecologistas en Acción que lo ha escrito.

ÁREAS TEMÁTICAS

COMENTARIOS

ESCRIBE TU COMENTARIO

      

    Introduce el siguiente código captcha o uno nuevo.