La civilización capitalista, en la encrucijada

Pobreza y medio ambiente.

La crisis ecológica no afecta a todos por igual. Quienes menos responsabilidad tienen en la destrucción del planeta son quienes más padecen los efectos de la contaminación, los tóxicos o la escasez de agua. La OMS estima que el 25 por ciento de las enfermedades evitables y hasta trece millones de muertes anuales están causadas directamente por factores ambientales. El número de las personas que padecen malnutrición supera ya los mil millones. En este número Daphnia analiza las relaciones entre la pobreza y el medio ambiente, con especial atención a los efectos que causa ya el cambio climático

Nos encontramos, más que ante una época de cambios, en un cambio de época

El avance del deterioro ecológico y social pone a la humanidad en una encrucijada. La superposición e interrelación de diferentes problemas en numerosos ámbitos (económico, social y ecológico) provoca que cada vez más gente atienda ante la expresión "crisis de civilización". La noción no es nueva y tiene su recorrido. Interesa, pues, precisar qué es lo que hoy se puede dar a entender con su uso.

En primer lugar, la fórmula denota la idea de que nos encontramos, más que ante una época de cambios, en un cambio de época. La situación actual no sería tanto el resultado de una combinación de crisis distintas que coinciden más o menos en el tiempo, como la expresión de una única crisis general que estalla en múltiples frentes y que por la profundidad y, sobre todo, las dimensiones a las que afecta, hace que la expresión esté plenamente justificada en la medida en que es una crisis total que atañe a todo el sistema.

Revela también el crecimiento de la conciencia de que el propio sistema no tiene capacidad para ofrecer una salida airosa a las contradicciones que va acumulando. Esta carencia de respuestas a los desafíos planteados, y no sólo en el plano económico, sino también desde las instituciones políticas y culturales, refuerza la convicción de la necesaria formulación de nuevos paradigmas, indicando con ello que la crisis afecta también al sistema de valores, instituciones, conocimientos y costumbres que constituyen lo que suele definirse como civilización.1

Y hay que precisar que lo que entra en crisis es la civilización capitalista, cuya dinámica inherentemente expansiva choca con las constricciones naturales, afectando de esa manera a las condiciones materiales que sustentan la vida en el planeta. Y de ahí se deduce que el elemento central de la misma es la crisis ecológica entendida como una "crisis del metabolismo" económico del capitalismo. 2

Varias manifestaciones de la crisis muestran la existencia de estos límites biofísicos, agudizando los problemas sociales de vulnerabilidad, pobreza y exclusión: la crisis energética refleja el agotamiento de los recursos fósiles, la crisis climática la incapacidad de absorción del volumen total de emisiones que genera la economía humana y la crisis alimentaria, por su parte, apunta a la dificultad de que en un futuro exista un ajustado balance entre la producción de alimentos y las necesidades de la población mundial. La situación se nos muestra globalmente insostenible -tanto social como ambientalmente- como consecuencia de unos estilos de vida, de producción y consumo que, privativos de una minoría privilegiada, resultan de imposible generalización entre el resto de la humanidad. De esta manera, la pauperización aparece como la otra cara de la acumulación en favor de los privilegiados: una vez confrontados con los límites biofísicos, unos altos niveles de consumo para unos pocos sólo son posibles gracias a la exclusión de la mayoría de esos mismos patrones de consumo. Esta combinación de desigualdad, exclusión y deterioro ecológico empieza a ser contemplada por los expertos como la principal fuente de inseguridad y conflictos de las próximas décadas.

La crisis energética

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La crisis energética refleja que nos encontramos ante el fin de la era del petróleo barato que ha sostenido la civilización industrial capitalista durante el último siglo. Aunque los estudios relativos a la disponibilidad de recursos y reservas de petróleo son muy dispares, la mayoría de los analistas coinciden en que nos acercamos rápidamente a un momento en el que la extracción mundial de crudo, tras alcanzar un pico o máximo, iniciará su irreversible decadencia, con lo que en los próximos años el sector petrolífero no será capaz de seguir aumentando los suministros, y mucho menos a la velocidad necesaria para cubrir la demanda proyectada.

Estas dificultades en los aprovisionamientos provocarán presumiblemente unos escenarios convulsos en numerosos ámbitos (en el productivo, en la geopolítica, en el de la seguridad, etc.), tanto en el plano internacional como en el interior de las naciones.

Cambio climático

La crisis climática también tiene su origen en este modelo energético. El calentamiento global hace que aumenten de manera acelerada los riesgos de exposición a un desastre climático. Nos recuerda el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo Humano, en su informe de 2008, que entre los años 2000 y 2004 se ha informado de un promedio anual de 326 desastres climáticos que han afectado anualmente a alrededor de 262 millones de personas, cifra que duplica lo ocurrido en la primera mitad del decenio de 1980 y que quintuplica a los damnificados en el último lustro de los setenta.

Pero los riesgos no se limitan a las amenazas de un desastre originado por un evento climático extremo, también la modificación de los patrones del clima tendrá profundas consecuencias a medio y largo plazo En muchos lugares, estas transformaciones provocan cambios en los regímenes de lluvias, en el grado de humedad de las tierras de cultivo, erosión y degradación en el suelo, alteraciones en la flora y en la fauna y, en general, unas condiciones ambientales mucho más adversas. Todo ello afecta a la producción de alimentos, a los suministros de agua, a la salud pública y a los medios de subsistencia de una población aún mayoritariamente campesina, y da lugar a crecientes situaciones de inseguridad humana debidas a la proliferación de hambrunas, pandemias, migraciones masivas de desplazados ambientales, conflictos por los recursos y violencia social por la desintegración de las comunidades más vulnerables y directamente afectadas.

Particularmente se insiste en los riesgos que comportaría el cambio climático sobre la seguridad alimentaria mundial, lo que agravaría aún más una crisis que ya se muestra en la actualidad.

La crisis alimentaria

Recientemente, el Programa Mundial de Alimentos (PMA) de Naciones Unidas ha señalado que el número de personas que pasan hambre en el mundo superó el año pasado, por primera vez en la historia, los 1.000 millones. Se señala, además, que el flujo de la ayuda humanitaria se ha situado -como consecuencia de la crisis económica mundial- en el nivel más bajo de los últimos 20 años. En consecuencia, millones de personas son hoy más vulnerables a situaciones de hambre y desnutrición por la convergencia de la crisis económica internacional y el encarecimiento de los alimentos. A juicio de la responsable del organismo humanitario de la ONU, esa situación constituye una "receta para el desastre" y resulta "crítica para la paz, la seguridad y la estabilidad en muchos lugares del mundo". No olvidemos que el incremento de los precios de los alimentos provocó desde finales de 2007 hasta mediados de 2008 motines y revueltas con violencia en más de veinte países.

La crisis económica

El modo de funcionar del capitalismo contemporáneo resulta cada vez más problemático cuando se combinan las políticas neoliberales con la profundización de la mundialización y la financiarización, factores que están en la base de la crisis actual. Cada vez más una parte menor del excedente va a parar a la producción real, orientándose a el grueso a alimentar la exuberancia de unos mercados financieros cada vez más complejos y autónomos. Durante los últimos veinte años hemos visto cómo la economía sólo ha podido crecer a impulsos de una sucesión de burbujas: primero, la burbuja de los mercados de valores de finales de los noventa y, después, las burbujas de los mercados inmobiliario y crediticio de los primeros años del presente siglo. Para algunos autores estas circunstancias son muestra de la senilidad del capitalismo contemporáneo, que no encuentra más respuesta para salir de su crisis que la profundización de la acumulación por desposesión basada en la destrucción del campesinado y el pillaje de los recursos de la periferia.

Si, como parece, no se percibe en el poder más respuesta a este panorama de problemas fuertemente interrelacionados que la reserva de los recursos y servicios naturales del planeta para el beneficio exclusivo de unos pocos mediante una gestión militarizada, habría que concluir que, efectivamente, la crisis de la civilización capitalista es un asunto muy serio.

Santiago Álvarez Cantalapiedra
Director del CIP-Ecosocial

(1) Véase el artículo de Francisco Fernández Buey, «Crisis de civilización», en el nº 105 de la revista PAPELES de relaciones ecosociales y cambio global dedicado a "La(s) crisis. La civilización capitalista en la encrucijada", CIP-Ecosocial, primavera 2009.
(2) Véase la contribución de Víctor M. Toledo, «¿Otro mundo realmente es posible? Reflexiones frente a la crisis», en el mismo número de la revista antes citada.

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