Hormonas sintéticas en nuestro organismo

Marieta Fernández. Investigadora (Universidad de Granada/Hospital Universitario San Cecilio)

En el transcurso del siglo XX los fenómenos de industrialización y urbanización han originado evidentes beneficios para el ser humano, entre ellos crecimiento económico y mejora de la salud en muchas regiones del mundo. Sin embargo, al mismo tiempo se han originado nuevos riesgos, como los asociados a la exposición a nuevas sustancias químicas exógenas al organismo humano, que contaminan el medio ambiente y suponen una nueva amenaza para la salud de animales y personas.

“Casi la totalidad de la población europea presenta concentraciones detectables de algunos compuestos contaminantes ambientales” “La pregunta que hay que hacerse es si el bisfenol es seguro y, si no lo es, qué medidas deberían adoptarse para proteger la salud de los ciudadanos”

 Anualmente se producen a nivel mundial y en grandes cantidades más de 15 000 compuestos químicos, con gran capacidad de diseminación en el medio ambiente, y que constituyen parte del censo de más de 120 000 sustancias químicas de síntesis disponibles en la actualidad.

Algunas de estas sustancias químicas tienen efectos sobre el sistema endocrino, es decir, se comportan como hormonas, alteran la homeostasis hormonal y originan un desequilibrio en el balance de estrógenos, andrógenos, progestágenos y hormonas tiroideas, lo que ocasiona en los individuos expuestos problemas de desarrollo y de funcionalidad de sus sistemas. La exposición humana a disruptores endocrinos con actividad hormonal podría conducir a alteraciones en la salud reproductiva del varón, con enfermedades que van desde las malformaciones genitourinarias a la disminución de la fertilidad o una mayor frecuencia de cáncer de testículo. Se trata, en muchos de los casos, de compuestos persistentes y bioacumulables, por ejemplo algunos plaguicidas (fungicidas, herbicidas e insecticidas) o productos de origen industrial. Otros no se bioacumulan, pero su presencia como contaminantes en el entorno (agua, aire, alimentos, utensilios) es tan frecuente que la exposición diaria está asegurada.

Casi la totalidad de la población europea presenta concentraciones detectables de algunos compuestos contami nantes ambientales. La información sobre exposición humana es relativamente reciente y demuestra que ésta es muy variable en su magnitud, con implicaciones conocidas sólo parcialmente. El elevado número de compuestos químicos, la variedad de sus posibles efectos y la incertidumbre sobre sus consecuencias clínicas han generado una preocupación razonable en científicos, médicos y ambientalistas, entre otros profesionales, así como en una parte no desdeñable de la sociedad.

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Los estudios de toxicología clásica -que evalúan la seguridad de los compuestos químicos de síntesis- se han basado hasta mediados del siglo XX en el principio de Paracelso, el famoso médico suizo, que establecía: "Nada es inocuo, todo es veneno; sólo la dosis hace la diferencia". Mediante este modelo se establecen dosis "seguras" o dosis de "referencia", de modo que efectos que no hayan sido evidenciados a estas concentraciones no podrán aparecer para valores menores, e implica que mayores concentraciones causarán mayores daños. Esta evaluación tiene en cuenta únicamente las propiedades tóxicas de compuestos químicos que siguen respuestas lineales dependiente de la dosis, sin considerar otras propiedades de carácter estocástico o probabilístico.

Los estudios toxicológicos del efecto sobre la salud de los compuestos químicos de síntesis se basan también en la determinación de la ingesta diaria admisible, definida como la máxima cantidad del compuesto que la especie experimental puede recibir sin que presente ningún tipo de manifestación toxicológica. Sobre esta cantidad se aplican arbitrariamente tres factores 10 de seguridad (factor de seguridad total 1000).

En contra de este dogma, múltiples estudios han demostrado que este modelo no es aplicable a respuestas no monofásicas desencadenadas por algunas sustancias químicas en diferentes niveles de organización y para diferentes efectos. Esto significa que algunos contaminantes ambientales pueden provocar efectos biológicos a concentraciones extremadamente bajas.

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La actual legislación establece una excepción para el caso específico de compuestos químicos que demuestren propiedades carcinogénicas. Para éstos, se establece que cualquier dosis podría suponer un riesgo. El procedimiento seguido para catalogar un compuesto como carcinógeno supone el seguimiento, durante dos años, de animales de experimentación adultos expuestos, de nuevo bajo la presunción de que si el efecto es evidente a una dosis determinada, también lo será en concentraciones superiores. La presunción de carcinógeno en animales adultos proporciona, según esta regulación, suficiente información para extrapolar y establecer los niveles de seguridad en otras poblaciones, aunque es obvio que estos estudios no están diseñados para tener en cuenta, por ejemplo, los efectos de la exposición en periodos críticos del desarrollo, como son los derivados de la transferencia placentaria de madres expuestas a sus hijos en desarrollo. Por lo tanto, la legislación no permite proteger a la población infantil de la exposición química que comienza desde el mismo momento de la concepción.

La separación temporal entre exposición y presentación de la enfermedad, junto a mecanismos patogénicos complejos son, además, algunas de las dificultades que tiene la demostración incuestionable de la asociación entre exposición a contaminantes medioambientales y enfermad. Las concentraciones relativamente bajas a las que las personas están expuestas son parte de los argumentos que sostienen los detractores de esta hipótesis.

Por lo general, la mayoría de los estudios se han centrado en la exposición a compuestos químicos de forma aislada. Sin embargo, el censo de sustancias químicas de síntesis disponibles supera las 100 000, lo que posibilita y favorece la acción combinada de varios de ellos, con un resultado final impredecible, bien aditivo, sinérgico e incluso antagónico. De este modo, concentraciones consideradas en el modelo clásico como insignificantes podrían tener en forma combinada un efecto acumulativo significativo. Además, la evidencia de bioacumulación -algunos de los compuestos químicos se depositan en los tejidos del organismo vivo- y biomagnificación -los seres humanos estamos al final de la cadena trófica e ingerimos todo lo que otros organismos acumulan- son propiedades que no hacen sino ensombrecer el proceso de una correcta evaluación siguiendo el modelo más clásico. En definitiva, definir la concentración necesaria para producir/ no producir un efecto indeseable debería tener en cuenta todos los aspectos señalados.

 

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