María Novo

Doctora en Filosofía y Ciencias de la Educación, catedrática de la UNED, donde dirige la Cátedra Unesco de Educación Ambiental y Desarrollo Sostenible desde 1996, es también escritora, poeta y artista plástica. .

Aunque la entrevista se haya realizado mediante correo electrónico, el “encuentro” digital con María Novo es uno de esos que, sin buscarlo, te cambia la vida. María Novo es una referencia en el mundo de la educación ambiental, forma parte del equipo de analistas del Instituto de Estudios Transnacionales, de CIMA (Científicos por el Medio Ambiente) y de AMIT (Asociación de Mujeres Investigadoras y Tecnólogas). Es consultora de la Unesco, directora del proyecto Ecoarte para la integración de la ciencia y el arte en las cuestiones ambientales y es autora de 23 libros, entre los que se encuentran obras sobre medio ambiente, educación ambiental y desarrollo sostenible, así como narrativa y poesía. Su último libro es Despacio, despacio…20 razones para ir más lentos por la vida (Ediciones Obelisco, 2010), en el que aboga por una vida más tranquila para salvar al planeta y a nosotros mismos. Después de leer su currículum, ¿quién diría que esta mujer se toma la vida sin prisas?

Las prisas no sólo nos están "matando", sino que están contribuyendo al deterioro del planeta.

En efecto, una de las causas más significativas del deterioro de nuestros ecosistemas es la aceleración con que hemos actuado sobre ellos, tanto para extraer recursos como para llenarlos de desechos. El problema de la insostenibilidad radica no tanto en que usemos los bienes de la naturaleza para nuestro sustento y necesidades sino en que los usamos a más velocidad de la que la naturaleza desarrolla para regenerarlos, e impactamos sobre el aire, el agua, el suelo... con mayor rapidez de la que estos pueden absorber y degradar la contaminación.

Éste es el mecanismo que, guiado exclusivamente por criterios economicistas de búsqueda de beneficio a corto plazo, ha hecho que desbordásemos los límites de la biosfera, trazando una enorme huella ecológica sobre el planeta (en la que no todos somos igualmente responsables, por supuesto...). Piense que la última vez que la humanidad consumió recursos al mismo ritmo en que éstos podían reproducirse fue en la década de 1980. Actualmente estamos consumiendo un 30% por encima de la biocapacidad del planeta, lo que es una auténtica locura y una señal inequívoca de la inmadurez, codicia y falta de medida de quienes gobiernan la economía mundial. De esta forma, unos pocos, los amos del mundo, están llevando a la catástrofe a toda la humanidad. Y, en el corazón de esa actitud suya, salvaje, está escondido el tema de la prisa: prisa por obtener beneficios cuanto antes, por especular sin pausa, por acumular riqueza... La prisa -su prisa- nos está matando a todos.

Su libro Despacio, despacio... es un elogio de la lentitud, pero de una lentitud entendida como referente, no como objetivo.

Si, entiendo la idea de la lentitud como una metáfora. No siempre es posible ir lento (por ejemplo cuando llevas a alguien en una ambulancia), pero, por fortuna, nuestra vida no consiste en ir permanentemente en ambulancia, así que la lentitud representa la idea del "tiempo justo" que necesita cada cosa, cada acción nuestra. Conocer y practicar ese tiempo exige una cierta quietud interior, un sosiego desde el cual podemos distinguir las prioridades: cuándo tenemos que correr y cuándo podemos funcionar como la naturaleza, acompasarnos a su ritmo. Hay que pararse, reflexionar, y dejar de considerar normal el estrés, e incluso dejar de presumir de tener las agendas muy llenas, sin tiempo para nada. Ambas cosas son, en realidad, señales de que algo no está bien organizado en nuestras vidas.

Ir más lento no supone no hacer cosas, sino hacerlas con el ritmo apropiado en cada caso, dedicándoles la atención necesaria. Eso significa, en realidad, vivir el presente con atención, abandonar el síndrome de "la felicidad aplazada", por el que vamos siempre corriendo (para producir, para consumir, para desplazarnos...) y las cosas verdaderamente importantes, el cultivo de las relaciones interpersonales, e incluso el propio cuidado personal de nuestros proyectos, quedan aparcados en espera de un tiempo futuro que nunca llega.

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Éstas y otras cuestiones afectan a nuestra sostenibilidad personal. Tenemos que preguntarnos no sólo por la coherencia de los modelos colectivos de desarrollo sino también si son sostenibles nuestras vidas en términos de tiempo. Porque, si el sistema secuestra la mayor parte de nuestro tiempo (para producir, consumir y tenernos entretenidos...) y las horas que nos quedan para la familia, los amigos, el cuidado personal, la creatividad... son las de peor calidad, entonces algo está fallando, se nos roba literalmente la libertad. Porque la libertad es tiempo. El tiempo nos da libertad.

¿No cree que a la mayoría de la gente le gustaría vivir más despacio, pero que no puede? Los horarios tiránicos, los desplazamientos en las grandes ciudades, la falta de servicios sociales... parece que son causantes en gran parte de las prisas que nos comen. ¿Habría que cambiar el sistema?

Creo que es necesaria una amplia reflexión sobre los usos del tiempo porque es verdad que la mayoría de la gente está a disgusto con la forma en que se ve obligada a gestionarlo. Cambiar el sistema no es fácil si no cambian las personas y los grupos sociales. Por eso creo que es necesario explicar y recordar que el tiempo es un recurso no renovable, que no se puede guardar o acumular, y tampoco se puede fabricar. Se trata, por tanto, de un bien escaso que no se puede hacer crecer, un intangible de altísimo valor. Tenemos el reto personal y colectivo de usarlo bien, intentando remover los obstáculos profesionales y sociales que nos mantienen todo el día estresados. Sé que eso no es fácil, pero hay que tomar en cuenta que el tiempo nos da oportunidades y, cuando nos quitan tiempo, nos están quitando oportunidades.

Por tanto, se trata de asumir una "nueva normalidad" en nuestras vidas, para hacerlas más sostenibles en todos los sentidos. Esa normalidad se construye poco a poco, poniendo atención en lo que de verdad tiene valor para cada uno de nosotros, estableciendo qué es lo prioritario. Como sociedad, necesitamos crear una "nueva cultura del tiempo" en la que dejemos de seguir la lógica de la máquina artificial (que nosotros hemos inventado pero que ahora nos ha secuestrado), una lógica basada exclusivamente en la eficiencia y la rapidez, en manos de unos gestores económicos obsesionados por atrapar el tiempo (generar más producto en menos horas de trabajo). Esta obsesión por la eficiencia, que dentro de unos límites sería razonable, hoy ha llegado al paroxismo y supone, en realidad, una usurpación y un secuestro: por un lado, los fines del mercado usurpan los fines de nuestra propia vida individual y social, los relegan a una segunda categoría...; por otro, a través de diversos mecanismos (consumo, entretenimiento...) secuestran nuestro tiempo, nos tienen distraídos sobre lo realmente importante mientras se privatizan servicios públicos o se reducen las condiciones laborales y económicas de los trabajadores.

Somos seres humanos, y nuestra lógica debe ser la de la vida, que se basa esencialmente en la armonía, una armonía ecosocial que nos permita pasar del clima de competencia que el mercado intenta implantar hasta el último rincón de la Tierra, a un clima de cooperación. La vida ha prosperado gracias a la cooperación, por ahí va la sostenibilidad, por tener tiempo para cooperar con otros en proyectos que permitan la creatividad personal y colectiva, la mejora de la sociedad, el arte, la ciencia... Cada persona y cada colectivo está hoy retado así a reapropiarse de su tiempo y entiendo que hacerlo es un acto político.

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Usted es una de las promotoras del Slow People (gente lenta, en español), una especie de punto de encuentro de personas que quieren vivir a otro ritmo. ¿Cuál ha sido la aceptación hasta el momento?

Como usted dice, no podemos afirmar que seamos gente lenta, pero sí que somos gente que quiere ir más lenta por la vida y que desea promover la desaceleración de los procesos de producción y consumo en nuestras sociedades. Nuestra asociación es la heredera de un grupo que, bajo el lema "Festina Lente", creamos en el año 2004, en el marco del proyecto Ecoarte, un grupo de amigos preocupados por el ritmo acelerado que iban tomando nuestras vidas y por la velocidad de los impactos de una parte de la humanidad sobre la naturaleza. El grupo ha ido creciendo, y en el año 2007 decidimos registrarnos como asociación.

Actualmente, tenemos una página web a través de la cual Slow People se abre a nuevas incorporaciones bajo la figura de "amigo/a de la asociación". A ella se han adherido ya muchas personas que comparten nuestra filosofía, con la idea de crear una estructura en forma de red, a base de pequeños grupos descentralizados en distintos lugares.

El bienestar, la felicidad y la belleza, ¿están ligadas a la lentitud?

Aprendemos tarde, y generalmente con añoranza, que la salud, la felicidad, el amor, la amistad o la belleza, no se pueden comprar, y mucho menos se pueden gestionar con prisa. Son aspectos muy importantes de nuestras vidas que, en muchas ocasiones, dejamos desatendidos corriendo detrás de otros objetivos. Pero cuando algo se rompe en esos territorios, cuando enfermamos, perdemos a un ser querido, vemos que no hemos sabido cuidar una relación valiosa..., entonces querríamos volver atrás los días y las horas para hacerlo de otra manera, para dedicarle más tiempo a lo verdaderamente importante. Y comprendemos que esta trampa que nos han vendido según la cual hay que estar siempre corriendo no es sino un mecanismo de sumisión por el cual se nos neutraliza en nuestra capacidad para criticar y disentir, así como en la creatividad para organizarnos de otra manera los días y las horas según nuestras prioridades.

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Cuando digo que uno de los problemas de la sostenibilidad es NTD, la gente me mira sin entender. Pero cuando lo explico: "nos tienen distraídos", todo el mundo comienza a comprender que esa forma de tenernos siempre pendientes de los programas televisivos, o esa costumbre impuesta de que, cuando hay una fiesta o un puente es preciso salir corriendo a otro lugar en vez de disfrutar del sitio donde estamos..., todo eso y mucho más es parte de una sutil forma de dominación que consiste en desactivar nuestro pensamiento crítico, en seguir teniéndonos manejados desde fuera, en bloquear nuestra capacidad para crear, para disfrutar sin consumir desaforadamente, incluso para disentir y hacerlo de forma organizada.

Hoy más que nunca el mundo necesita imaginación y valores que no sean los que cotizan en bolsa. Ni lo uno ni lo otro lo conseguiremos si no nos reapropiamos de nuestro tiempo. Esa es una opción de sostenibilidad personal, de estrategia social y de calado político. Pero, además, como dice un amigo de nuestra asociación: "Si nadie nos persigue, ¿por qué tenemos que correr...?

Por último, ¿en qué situaciones se quita el reloj?

"Quitarse el reloj" también es una metáfora. Lo importante es desactivarlo, ignorarlo, no estar pendientes de él. Yo lo hago en todas las situaciones que considero importantes, en mi vida familiar, en mis relaciones con otras personas y en mi vida profesional. En realidad, se trata de algo tan simple como "prestar atención" a la persona o la circunstancia que tenemos enfrente, dejar que, en ese momento, ella sea lo más importante de nuestra vida.

Por eso, cuando desactivo el reloj, también apago el móvil. Algunos amigos me preguntan cómo puedo hacerlo tan tranquilamente cuando comemos juntos, por ejemplo, y siempre les respondo que yo no soy el 112 ni tampoco el parque de bomberos, así que cualquier llamada puede esperar hasta que nuestro encuentro haya terminado. Esa estrategia me va bien, supongo que la usa mucha gente.

Referencias:
✔ Cátedra Unesco: www.uned.es/catedraunesco-educam  
✔ Proyecto Ecoarte: www.ecoarte.org  
✔ Asociación Slow People: www.slowpeople.org  

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