Por un empleo sostenible

La química de la vida.

La química verde, o sostenible según se prefiera, da sus primeros pasos entre el entusiasmo de unos y el escepticismo de otros. Lo bueno que tiene a su favor es que nadie formula un cuestionamiento de fondo. A ello ayuda el hecho de que sus impulsores, como es el caso de Ken Geiser, la conciben con una definición tan irrebatible como la siguiente: la química verde trata de química; química en el nivel molecular; trata del desarrollo de materiales y procesos respetuosos con el medio ambiente y de la manipulación de propiedades físicas y químicas de las sustancias, con el fin de reducir o eliminar sus características peligrosas. Ni los más beligerantemente industrialistas pueden ponerse en contra.

Las dudas que se formulan desde los sectores más escépticos son de otra índole: viabilidad industrial, capacidad técnica y competitividad económica.

Si la química verde quiere ganar la batalla ha de dar respuesta a esos tres cuestionamientos. Para ello, se ha de tener en cuenta que los equipos de I+D de las grandes empresas están sometidos a la dictadura de las leyes del mercado, lo que se concreta generalmente en el cumplimiento de tres principios básicos: ser más rápidos que la competencia, diseñar productos químicos con mejores o equiparables prestaciones técnicas que los existentes y que económicamente resulten más competitivos.

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Tiempo, técnica y precio son básicamente las ventajas competitivas que utiliza la legión de agentes comerciales en la batalla por el control de los mercados. Más claramente, a la hora de abordar la investigación, las empresas priorizan la eficacia técnica y el precio a cualquier otra consideración. También en estos ámbitos, la química verde tiene que estar en condiciones de ganar la batalla.

Empresas más dinámicas

Según Jorge Riechmann, investigador de ISTAS, solo el principio de ecoeficiencia encaja de forma más o menos “natural” en la lógica del capitalismo. Si esta reflexión es cierta, hay que aprovecharla. De hecho, a las empresas más dinámicas no les resultará especialmente difícil entender, incluso pueden ver en ello una ventaja competitiva, que la química verde, además de sostenible medioambientalmente, resultará beneficiosa para sus balances, toda vez que una parte significativa de sus principios rezuma ecoeficiencia y, por tanto, ahorro. Evitar residuos, maximizar la incorporación de todos los materiales del proceso en el producto acabado, minimizar las sustancias auxiliares, minimizar los insumos de energía, evitar derivaciones innecesarias, etc., debería resultar más barato que lo contrario. Pero es obvio que en la mayoría de los casos aún no lo es. Entre otras razones porque sigue siendo posible externalizar muchos costes a la sociedad. Bien es verdad que cada vez menos, a lo que contribuyen de forma eficaz algunas leyes y directivas medioambientales, en vigor o en ciernes de estarlo: Ley de Prevención del Control Integrado de la Contaminación, Protocolo de Kioto, Directivas del Agua y de los COV, sistema REACH, ley de descontaminación de suelos, etc.

En cualquier caso, a las potencialidades que la química verde ofrece en sí misma, la experiencia dice que cuando el dinero anda de por medio, una forma complementaria de obtener cambios estratégicos en las conductas, suele ser la ley, que además tiene el efecto benéfico de proteger, al igualar, el principio empresarial de la competencia.

Paco Blanco. Secretario de Medio Ambiente de FITEQA-CCOO

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