Cercados por el riesgo químico

Todas las personas nacidas después de los años 501 tenemos DDE, un metabolito del plaguicida DDT, en nuestro organismo, junto a otras muchas (¿decenas, centenares?) sustancias sintéticas tóxicas que pueden dañar nuestra salud.

En el mercado europeo existen al menos 140.000 sustancias diferentes, con las que se fabrican millones de productos y artículos de consumo

Un estudio reciente de contaminantes en la población de Cataluña, la única Comunidad Autónoma que se ha interesado hasta el momento por conocer los niveles de contaminantes corporales de sus habitantes, ha corroborado la presencia de DDE en el 100% de la población estudiada y de al menos 10 de los 19 contaminantes analizados en el 62% de la población2. Un análisis de 107 sustancias tóxicas diferentes en sangre de familias europeas determinó la presencia de al menos 18 sustancias en todas las personas analizadas3. Cuantas más sustancias se buscan en los diferentes estudios, más se encuentran.

Las enfermedades relacionadas con la exposición ambiental a sustancias químicas se han disparado en los últimos años tanto en España como en el resto del mundo. El cáncer, los problemas reproductivos (infertilidad, malformaciones, enfermedades reproductivas), las alteraciones hormonales (diabetes, problemas tiroideos, cánceres), las enfermedades inmunológicas (dermatitis, alergias) y los problemas neurológicos (problemas de aprendizaje, autismo, hiperactividad, Alzheimer, Parkinson), entre otras enfermedades relacionadas con la exposición a sustancias tóxicas, han alcanzado cifras epidémicas4.

La exposición a cancerígenos en los lugares de trabajo es responsable de 32.000 muertes al año en Europa, 4.000 de ellas en España, además de decenas de miles de enfermedades respiratorias, de la piel, del sistema nervioso o cardiovasculares, entre otras5.

Los bebés, los niños y las niñas son especialmente vulnerables a las sustancias tóxicas. Debido a su inmadurez no han desarrollado los sistemas de detoxificación y eliminación de los adultos y sus órganos en desarrollo son mucho más sensibles. Debido a su rápido crecimiento y desarrollo, especialmente durante los primeros 10 días de vida, inhalan, ingieren y absorben a través de la piel, más cantidad de sustancias tóxicas medioambientales por kilogramo de peso corporal que un adulto. Al chupar y mordisquear los objetos están más expuestos a sus componentes tóxicos. Además, al reptar, gatear y arrastrarse por el suelo están más expuestos a los contaminantes presentes en el polvo, la tierra y el aire, que presenta niveles superiores de algunos tóxicos a ras de suelo6.

El mayor riesgo, en la infancia

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Según la OMS, más del 40% de la carga global de enfermedad atribuible a factores medioambientales recae sobre los niños de menos de cinco años de edad (¡que sólo constituyen el 10% de la población mundial!). Por otra parte, en torno al 65% de las enfermedades infantiles tiene su origen en la contaminación y degradación del medio ambiente. En España, igual que en los demás países industrializados, el número de niños afectados por deficiencias del neurodesarrollo relacionados con la exposición a neurotóxicos es preocupante:

  • Entre un 5 y 10% de los niños escolarizados tienen problemas del aprendizaje.
  • El déficit de atención con hiperactividad, de acuerdo con estimaciones conservadoras, afecta a entre el 3 y 6% de los niños en edad escolar, aunque evidencias recientes sugieren que la prevalencia podría alcanzar el 17%. 
  • La incidencia de autismo puede alcanzar el 2 por cada 1.000 niños en algunas comunidades, y la tendencia es a incrementarse. 
  • Cerca del 1% de todos los niños sufren retraso mental.

Las alergias, el asma y las enfermedades respiratorias relacionadas con la calidad del aire (en ambientes cerrados o en el exterior) han aumentado en Europa, y ya afectan al 10% de la población infantil del continente. Los síntomas relacionados con el asma durante la infancia y la adolescencia afectan a alrededor del 10% de esa franja de población en España. Se estima que los factores ambientales están asociados al 98-99% de todos los cánceres (97.000 personas murieron en 2001 de cáncer en España) y al 85-96% de los desarrollados durante la época pediátrica. Cada año se detectan en España 900 casos nuevos de cáncer entre niños y adolescentes (hasta los 14 años).7

Ya hemos apuntado algunas vías de exposición, esto es, de entrada en el organismo de los contaminantes: la ingestión de alimentos y bebidas contaminados, la inhalación de aire contaminado (en el trabajo, en los hogares, en la calle y/o en los centros comerciales), el contacto de la piel con contaminantes presentes en el agua, textiles, aire, etc. o en productos cosméticos y de higiene. Según nuestra ocupación, dieta, edad, sexo, lugar de residencia, etc., unas vías tendrán más importancia que otras. En cualquier caso, todas las vías se suman, por lo que estamos expuestos diariamente a un cóctel de miles de sustancias químicas, lo que se conoce como multiexposición.

En el mercado europeo existen al menos 140.000 sustancias diferentes, con las que se fabrican millones de productos y artículos de consumo8. Así, una pintura puede contener cuatro o cinco sustancias, un champú una docena o un ordenador un centenar.

Las sustancias que componen un producto o un artículo pueden liberarse al entorno y contaminar el agua, el aire, el suelo y por tanto, los ecosistemas, los alimentos y las personas durante cualquier fase de su ciclo de vida: durante su fabricación, durante su uso industrial, durante su uso como componente de un producto o un artículo y cuando se convierte en un residuo, ya sea industrial o doméstico.

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Las sustancias más preocupantes son, por tanto, no sólo las que pueden provocar daños importantes a la salud, sino también las que pueden permanecer más tiempo en el medio ambiente sin descomponerse (persistentes) y las que se acumulan en los organismos de los seres vivos (bioacumulativas).

La contaminación es hoy un problema ambiental y de salud global. Se detectan sustancias tóxicas en productos de consumo, agua de lluvia, agua de boca, alimentos, suelos, plantas, simas marinas, lagos alpinos, animales salvajes, etc. Los programas de biomonitorización detectan tóxicos en muestras de leche, sangre, orina, cordón umbilical y tejidos grasos humanos a lo largo y ancho del planeta. Los niveles más altos se detectan en animales y poblaciones humanas del ártico, debido a que las corrientes marinas y atmosféricas trasladan los contaminantes hacia los polos y hacia las zonas más frías, donde se condensan.

La contaminación química es también un problema transgeneracional. Muchas de las enfermedades que sufrimos los nacidos después de los años 60 se deben a la exposición prenatal, la exposición de nuestros padres y sobre todo de nuestras madres a sustancias disruptoras endocrinas, que provocaron alteraciones y daños durante nuestro desarrollo fetal. También nosotros transmitiremos a nuestros hijos contaminantes.

La magnitud del riesgo químico, tanto por el daño sobre la salud y el medio ambiente que ocasiona, como por el número de administraciones implicadas, requiere de iniciativa política supraministerial a nivel estatal y supradepartamental a nivel autonómico. Es necesario que España elabore una Estrategia Estatal para una Química Sostenible, que incluya planes objetivos de actuación consensuados para la eliminación de las sustancias más preocupantes, inventarios de sustancias existentes y sus usos, inventarios de exposición y de daño, de los distintos grupos de población y del medio ambiente, etc. La creación de la Agencia para la Sostenibilidad de la Química, incluida en el último programa electoral del PSOE, sería un avance importante. Entretanto, alguna administración debería atreverse a tomar el liderazgo y poner en marcha un proceso participativo de elaboración de la estrategia.

Una versión ampliada de este texto va a publicarse en el libro Brevario del Ecologismo Social, que editará próximamente Libros en Acción.

Dolores Romano Mozo
Área de Riesgo Químico de ISTAS

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