Lecciones para que nuestro futuro no nos sea robado

¿Nuestro futuro robado?.
Fernando Rodrigo Cencillo. Director del Instituto Sindical de Trabajo, Ambiente y Salud

Más de 16 000 personas mueren cada año en España por causas relacionadas con la contaminación atmosférica. Más de 4000 trabajadores fallecen por exposición a productos químicos y 33 000 enferman por la misma razón. Los químicos rodean nuestra vida cotidiana y nuestros entornos de trabajo.

"Hay que construir redes sociales y sindicales, nacionales e internacionales para trabajar juntos por unas empresas y un medio ambiente saludables y sostenibles"

Algunas de estas sustancias son persistentes, comienzan a habitarnos cuando aún estamos en el vientre materno y ya no nos abandonan nunca. El dossier de este número de Daphnia quiere aportar una humilde respuesta a un problema equiparable al cambio climático, con argumentos y experiencias para promover la acción preventiva y con razones contra el miedo paralizante

El VI Foro ISTAS de salud laboral, dedicado en esta ocasión a la prevención del riesgo químico, cerró sus puertas el pasado 12 de marzo en Sevilla con la participación de más de 600 personas de muy distintas procedencias: sindicalistas y delegados de prevención, profesionales y expertos, responsables políticos y técnicos de las administraciones y de las empresas. Tuvimos ocasión de escuchar a 24 ponentes en las sesiones plenarias y a otros 60 en los talleres y sesiones simultáneas en las que se compartieron multitud de experiencias de intervención preventiva y datos y conocimientos científicos. Si alguna idea fue reiterada y compartida por la mayor parte de las personas que participaron, fue la de que se hacía necesario elaborar una estrategia integral e integrada para afrontar el riesgo químico.

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No es para menos. Más de 16 000 personas mueren cada año en España por causas relacionadas con la contaminación atmosférica. Más de 4000 trabajadores fallecen por exposición a productos químicos y 33 000 enferman por la misma razón. Los químicos rodean nuestra vida cotidiana y nuestros entornos de trabajo. Algunas de estas sustancias son persistentes, comienzan a habitarnos cuando aún estamos en el vientre materno y ya no nos abandonan nunca.

Hablamos de cifras alarmantes, superiores incluso a las víctimas de los accidentes de tráfico, y, sin embargo, la sociedad parece que aún no ha cobrado consciencia de la dimensión del problema. Cifras que aluden a personas enfermas por exposición a sustancias químicas a quienes no se les ha reconocido como enfermedad laboral y que también estuvieron y nos lo contaron personalmente. Múltiples y cualificadas voces para pedir soluciones globales, dirigidas a todas las partes implicadas, y que resumiría en las siguientes:

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  1. Nuestro país necesita desarrollar estrategias globales de salud pública, salud laboral y salud ambiental para hacer frente al riesgo químico. Si no se trabaja desde una visión integral e integrada no podremos abordar una problemática que afecta al conjunto de la sociedad y muy especialmente a los trabajadores y trabajadoras. 
  2. Hay que dar plena visibilidad y reconocimiento a todos los daños derivados del trabajo. Las diferencias internacionales hablan con claridad del subregistro de enfermedades profesionales en España y de la extraordinaria dificultad para su reconocimiento. Mientras en Italia, en 2008, fueron 1.750 los cánceres de origen laboral reconocidos, en España, los años en que más se notifican y registran son uno o dos, aunque hay años en que no se registra ninguno.
  3. Tenemos riesgos, pero no son iguales para todos y todas. Existen desigualdades sociales por tipo de ocupación y sexo. En Francia, el estudio SUMER 2003 muestra que el 70% de los trabajadores expuestos a cancerígenos son trabajadores manuales. En relación al sexo, Carmen Valls ha demostrado en un estudio llevado a cabo con 681 personas expuestas a pesticidas que, de las 302 que se vieron afectadas y desarrollaron patologías, el 96,3% eran mujeres.
  4. La prioridad de las estrategias para hacer frente al riesgo químico ha de ser la sustitución de los productos químicos tóxicos (eliminar el riesgo tal y como indica nuestra normativa de prevención). Frente a la química tóxica existen alternativas sostenibles y saludables y la sustitución es posible. Un caso claro son los datos aportados por Joel Tickner, que muestran que una política decidida de sustitución del tricloroetileno en el estado de Massachusetts consiguió, en 15 años de acciones de incentivación a la innovación, un descenso del 80% en el uso de este disolvente cancerígeno.
  5. El trabajo conjunto de las organizaciones sindicales y de la sociedad civil que apoyan sus acciones de presión en sólidos estudios científicos es la clave en todos aquellos territorios que han conseguido avances en la eliminación o reducción del riesgo químico. Hay que construir redes sociales y sindicales, nacionales e internacionales, para trabajar juntos por unas empresas y un medio ambiente saludables y sostenibles. Las alianzas entre la sociedad civil, los sindicatos y la academia es fundamental para conseguir avances sólidos.
  6. Cuando el 84% de las personas que padecen cáncer han estado expuestas a sustancias cancerígenas -un dato aportado por los estudios realizados en Francia por Annie Thébaud- es evidente que estamos ante un problema de salud pública de enorme envergadura, que se genera en el entorno laboral y se transmite al medio ambiente y acaba afectando al conjunto de los ciudadanos, como se pone de manifiesto en otro estudio realizado en Cataluña, en el que se demuestra que el 88% de la población sana tiene en su propio cuerpo restos de DDT, un producto químico prohibido hace más de 30 años.
  7. En la prevención del riesgo químico es muy necesario y efectivo combinar los principios de prevención y de precaución en las empresas y en la sociedad. No es posible ni tolerable que frente a las más de 100 000 sustancias químicas que se utilizan en las empresas, menos de 1000 cuenten con valores límites de exposición. ¿Qué pasa con el resto? ¿Cómo estamos seguros de que son inocuas para las personas que las usan?

Hace ya casi diez años, ISTAS publicó la traducción al castellano de Nuestro futuro robado, el libro ya clásico de Theo Colborn, John Peterson Myers y Dianne Dumanoski, un trepidante relato de investigación científica que alerta sobre las necesidad de acabar con las sustancias químicas sintéticas que ponen en peligro la vida en el planeta y la civilización humana. Nuestro futuro robado es un libro motivado por cuestiones urgentes, escribían los autores en el prólogo. Una década después las cuestiones que motivaron el libro siguen siendo urgentes. Es cierto que en estos años ha habido avances, como la aprobación de la normativa REACH en Europa o el impulso para conseguir una química verde en Estados Unidos desde una coalición en la que hay científicos, sindicatos, empresas y activistas medioambientales. Pero aún queda mucho por hacer.

Como dice Miquel Porta, la dimensión del problema nos obliga a preocuparnos, a tomar medidas, pero no a vivir con miedo. El dossier de este número de Daphnia quiere aportar una humilde respuesta a esa preocupación, argumentos y experiencias para promover la acción preventiva y razones contra el miedo paralizante.

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